viernes, 1 de junio de 2018

Del tercer dia de las aventuras de Atenógenes Corbín (LV - XXI)

Las entrevistas con los alumnos de kendo habían sido, todas y cada una de ellas, tristemente infructuosas. Por lo visto, hacía tiempo que David no asistía a clase y en las ocasiones en que sí había estado presente, no se había mostrado lo que se dice comunicativo. Ninguno sabía nada de amigos y menos de una mujer. Todos le describían como alguien taciturno aunque correcto en sus formas. También todos coincidían en que había sido uno de los mejores alumnos del dojo y poseedor de una técnica muy depurada.

Averiguar eso le había costado un día entero. Para más inri, le dolió descubrir el pastón que suponía alquilar un coche de postín con chófer. Si al menos hubiese avanzado algo en la investigación. Pero nada de nada. Aunque bien mirado se había quitado de encima a todos los del dojo. Ahora su último as en la manga era el club de tenis.

Obviamente, trataría de pasar todos esos gastos al hombre sin nombre, como dietas o gastos de investigación. Pero no las tenía todas consigo. Sobre todo, no quería tener que explicar que había gastado todo ese dineral en el alquiler de un solo coche y un conductor en un solo día. La tacañería del hombre sin nombre era legendaria. Quizá toleraría un error de un día, pero no de dos. Así que al día siguiente decidió dejar el coche de lujo y optó por uno que fuera aparente pero mucho más barato. No queriendo gastar un extra importante en un conductor, forzó a Abisinio a interpretar ese papel. Con un disfraz adecuado daba el pego, aunque he de decir que Abisinio era bastante renuente. Habiendo llegado a hacer cuatro intentos de fuga. Todos ellos abortados con maestría por Sentencia. Con la correspondiente posterior sanción escarmentadora, a cual más dolorosa y humillante. Como no me puedo entretener en dar muchos detalles, bastará con que me detenga a explicar una de las escapadas y su terrible conclusión. Una de las veces, con Abisinio ya en plena fuga, como alma que lleva el diablo, así lo viera Sentencia, sacó su amplio pañuelo de bolsillo y ató pesos considerables a los extremos. Hizo esta operación con tal lentitud y cuidado que ya parecía su presa perdida. Abisinio estaba a punto de darle esquinazo, nunca mejor dicho, y de perderse tras una esquina muy próxima a él. Pero el asesino cuando hubo terminado, impasible, imprimió al pañuelo toda la fuerza que únicamente su robusta complexión puede generar. Y volando esta improvisada arma hacia Abisinio, se le trabó el centro en la cabeza. Tocado por la parte central del pañuelo, Abinio se detuvo confundido. Mas por la natural inclinación de la masa a continuar su movimiento; los pesos, que no eran sino pesadas piedras redondas; fuesen hacia adelante y rodeándole el colodrillo dos veces, las que diera de sí el pañuelo, le propinaron sendos golpes, que por una infortunada reacción tardía de Abisinio, se le fueron contra las mandíbulas causando gran mortandad y grande destrozo de dientes y carne respectivamente. Tanto dolor sintió este, que a pesar de su continuo sufrimiento por causa de los daños recibidos, no le quedaron ya ganas de escapar mas que una o dos veces más. Así como había quedado, hecho un «hecce homo», a Sentencia no le servía demasiado. Pero en vista de su acuciante necesidad, le lavó la cara cariñosamente y seguidamente procedió a maquillarle como pudo. Y la sangre que no pudo cubrir, la disimuló con una poblada barba postiza y unas gafas de sol.

Con todas esas cuitas, les costó casi toda la mañana llegarse al club de tenis. Así pues, tuvieron que parar a comer. Aunque dicho sea de paso, Abisinio no pudo probar bocado debido a sus lesiones, y se contentó con ver ingerir alimento a Sentencia. Ya por la tarde le dio orden de que esperara en el coche y se dirigió, Sentencia solo, hacia la entrada del club. Recibía el nombre de Club de Tenis «El codo distraído», y resultó ser uno de esos clubs exclusivos en los que solo pueden entrar los socios y en los que para ser socio hay que tener enchufe y la conformidad de los demás socios. Sentencia, que no estaba para chuflas, llamó aparte al portero y cubiertos por un camión, y notando que nadie los veía. Sentencia desplegó su pañuelo simulando que iba a limpiarse el sudor. Pero en vez de eso, lo agarró de forma que un peso de los dos que tenía atados todavía quedase colgando. Con un rápido movimiento lo lanzó hacia adelante, yendo a dar una de las piedras directa a la frente del hombre. No suficientemente fuerte para matarlo, pero sí para aturdirlo el tiempo justo para colocarse a su espalda, atar el pañuelo al cuello del pobre hombre, y cargarlo a su espalda para que se estrangulara por su propio peso. No llegó a tanto, porque al poco rato se escuchó un desagradable crujido. Al portero se le había roto el cuello y estaba ya muerto o camino de estarlo por sus propios medios. Así que Sentencia recuperó su pañuelo y tras comprobar nuevamente que nadie miraba, escondió al muerto en la parte de atrás del camión. De donde esperaba que no fuera descubierto hasta unas horas después, por lo menos. Su plan al matar al hombre había sido ponerse sus ropas para hablar con los socios haciendo él mismo el papel de portero. Pero se dio cuenta que le vendrían demasiado pequeñas. Entró en silencio en las dependencias del club y no le costó mucho esfuerzo encontrar la estancia del portero y allí, un armario con un uniforme de su talla.

Una hora después salía Sentencia con la satisfacción del deber cumplido. Tenía en su poder la información que había estado buscando, o al menos una pieza importante de la misma. Estaba tan contento que pensaba que nada podría estropearle ese momento. Y era verdad. Ni siquiera le afectó que Abisinio se hubiera largado con el coche. Ya le ajustaría las cuentas más tarde.

No hay comentarios:

Publicar un comentario