viernes, 3 de junio de 2016

Capítulo VI: Huída y un descubrimiento


-¿Quiénes eran? Y... ¿Por qué? ¿P-por qué me persiguen... a mi? 
-Van detrás tuya desde que pasaste la barrera de Nueva Hakone. Me gustaría explicártelo todo, pero no estamos seguros aquí. Ven conmigo, rápido.
Salimos del entresuelo por donde habíamos entrado y el desconocido me llevó nuevamente por el tortuoso camino entre el laberinto de pilares. Tras un recodo nos topamos con unos escalones de obra en el murallón de una pilastra de cimentación. Subía recto sólo unos pocos ken de altura. Allí arriba el paisaje se abrió de repente y lo que antes era laberinto se transformó en un bosque de columnas redondas con ramificaciones de graciosas formas que se internaban en la superestructura que sustentaba la autopista. Esos pilares también servían de soporte en algunos tramos a plataformas flotantes con jardines y paseos. El bosque de pilares debía contrarrestar con su belleza el impacto visual para la ciudad de la gigantesca carretera. Pero nosotros no nos encontrábamos en una zona de recreo, sino al parecer en una de mantenimiento. Un poco más delante se alzaba una interminable escalera de caracol que crecía cual planta trepadora entre dos titánicos árboles de piedra hasta las alturas. Al intentar vislumbrar hasta donde llegaba, sentí vértigo y tuve que desistir. Baste decir que era condenadamente alta. Subimos poco a poco sin tregua y muy a pesar del viento que nos empujaba con fuerza hacia el abismo.
-Me pregunto como pueden hacer este trayecto los empleados de la autopista dos o cuatro veces al día. Ya es agotador hacerlo una vez -dije. 
-Afortunadamente para ellos, no suben por aquí. Tienen ascensores. Esta escalera es para emergencias. A juzgar por su estado, nadie ha estado aquí en años. Sigamos, ya queda poco.
Al llegar a la superestructura, comprendí que no vería sólo una puerta y ya está. No. Allí había una especie de pozo que atravesaba la construcción de arriba a abajo. Por el hueco circular, muy lejos en lo que debían ser las cubiertas superiores, se veían las primeras estrellas. Sin embargo, las escaleras sólo llegaban hasta la primera cubierta. Se intuían los huecos de muchas ventanas en esa especie de patio de luces cilíndrico, pero no había el menor atisbo de iluminación eléctrica en ninguna de ellas. La escalera terminaba en el arco de una puerta de una sola hoja de metal. En ella no había rastro de pomo u otra cosa al uso. Era completamente lisa. El desconocido acercó la mano a la superficie y esta respondió primero con luz y luego con imagen. Una parte de la puerta se había convertido en una pantalla, justo donde mi amigo había puesto el dedo. Al principio sólo mostró un triángulo. Era el control de acceso denegándonos la entrada. Pero mi amigo con un giro de muñeca amplió la parte de la puerta que hacía las veces de pantalla y hizo surgir unos símbolos que de repente me parecieron muy familiares. Tras unos segundos se oyó un clic y la puerta se abrió hacia adentro.
Aquel hombre enjuto; desaliñado, con el laúd colgando del hombro que tenía a mi lado, cuyos ropajes ajados denotaban una vida errante pasada a la intemperie; era con total seguridad un editor.

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