domingo, 10 de enero de 2016

Capítulo II: Partida (Serie: El Editor)


Cuando cumplí los 15 años, ya era un gran conocedor de los secretos de los editores. Incluso albergaba fragmentos de sabiduría de cuya existencia pocos llegaban siquiera a sospechar en toda su vida. Pero era joven e inexperto y la incertidumbre se apoderó de mi. Ya por entonces sabía de sobra que un hijo de productores jamás podría soñar siquiera con convertirse en editor. Si llegara a saberse que mi madre era una antigua editora expulsada, toda mi familia hubiera sido eliminada en el más absoluto secreto. Se acercaba el día en que cumpliría 16 años en el que, tras pronunciar el juramento de eterno vasallaje y lealtad al señor comerciante, se me asignaría un trabajo que tendría que ejercer hasta mi muerte. Ese era el destino de los productores y su deber. Un deber del que mi padre se sentía orgulloso. Si ese día llegaba, toda la verdad sobre mi inutilidad para el trabajo físico se volvería evidente para todos. Malo era que me mataran por ello, pero no podía soportar que hicieran lo mismo con toda mi familia por haberme protegido. Ese peso afectó a mis nervios de tal forma que no lograba conciliar el sueño por las noches, lo que empeoró mi salud. Cada día estaba más y más débil, hasta que llegó el momento en que parecía claro que iba a morir de todas formas.

Mi madre tenía un plan para mi del que yo no sabía nada. Un plan que era reticente a contarme y que había retrasado quizá demasiado. Pero por temor a que yo muriera y sus esfuerzos al transmitirme su conocimiento hubieran sido en vano, un día me lo reveló todo. Gracias de nuevo a lo humilde de nuestra condición, logramos simular mi muerte. Mi destino era convertirme algún día en editor. Y aunque Tomoko no quiso hacerme partícipe de los detalles en ese momento, eso me tranquilizó sobremanera. Por un tiempo mi madre continuó transmitiéndome la tradición de los editores de forma oral. Puesto que para todo el mundo estaba muerto, sólo podía salir un rato cada día después del crepúsculo, siempre por la parte de atrás de la casa y con muchas precauciones. Poco a poco mi piel fue adoptando el mismo tono pálido característico de la raza de los editores. No me daba cuenta entonces del poco tiempo que me quedaba de estar con los míos.


Pero para completar mi entrenamiento era necesario estudiar unos años, al menos, en la torre blanca. Así, al cabo de un año, con sólo 16 años tuve que alejarme de mi casa llevando conmigo sólo una túnica, un manto y una flauta de ocho shaku (1), regalos todos de Tomoko. Apenas tuve tiempo de decirles unas palabras a mis padres y a mis hermanos menores. Los demás ya estaban casados y vivían con sus esposas. Como es natural, no podía visitarlos uno por uno. Resultaría sospechoso y correría el riesgo de ser detenido. Así que los abracé con fuerza y me fui sin mirar atrás. Me cubrí el rostro con el capuchón del manto para evitar ser reconocido por los vecinos, aunque no me habían visto desde hacía tiempo. Con ese aspecto y con la flauta colgada del ceñidor todo el mundo pensaría que era un músico mendicante.

Notas

1. Un shaku es la sexta parte de un ken, de longitud aproximada al pie, y equivale a 10/33 m, o 30,3 cm de longitud. Un shaku se divide en diez sun 

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