domingo, 23 de agosto de 2015

Relato: Un aprieto mortal (El hombre sin nombre XX)


El velo de las sombras se deshizo poco a poco en jirones negros que se fueron desvaneciendo cuando el sopor de la droga cedió el paso a la vigilia. La cabeza le dolía mucho. En el resto del cuerpo sentía una gran incomodidad, pero nada grave. Estaba vivo. Un pinchazo lacerante en la espalda lo devolvió a la realidad. Algo le hacía daño ahí atrás. Trató de moverse despacio pero algo le impedía hacerlo. Estaba sujeto por las muñecas y los tobillos a una especie de viga que yacía en el suelo bajo él, una de cuyas aristas le hería dolorosamente. Entonces lo recordó todo y comprendió lo apurado de su situación. Se hallaba dentro de una especie de caseta de barcas. Probablemente en alguno de los suburbios de París. Las aguas negras del río Sena transcurrían susurrantes a medio metro de sus pies meciendo suavemente las barcas que se hallaban amarradas al fondo, junto a las salidas de agua. Su Rolex de oro marcaba las 3:00 de la madrugada: la hora diabólica. Llevaba cerca de 12 horas durmiendo por la droga. Maldijo en silencio a Rhyst y a sus secuaces.

Se esforzó en abrir los ojos y miró a su alrededor. Localizó a Sentencia a poco más de dos metros a su izquierda, en idéntica condición a la suya. Apenas había hecho contacto visual con su amigo, cuando recibió un cubo de agua helada en la cara.

-¡Despierta cerdo! Estoy harto de verte dormir. Yo soy Chin y este es Bon-Hwa. Tenemos orden de matarte. Sólo nos han pagado por ti, pero parece que vamos a tener el doble de trabajo. Tu amigo nos ha causado muchos problemas y por su culpa hemos sufrido muchas bajas. De todas formas, esos hombres recibieron una buena paga y sabían a lo que se exponían. No es nada personal.
-No soy amigo de este hombre -dijo Sentencia. -Solo soy un asesino a sueldo, como vosotros. Si me dejáis ir, huiré rápidamente a España y las autoridades francesas no podrán encontrarme.
-Es inútil -dijo el hombre sin nombre. -Estos hombres son profesionales. No dejarán piezas sueltas atrás. Estoy resignado a morir, pero antes... ¿no me concederíais una última voluntad? Desearía fumar una última vez en mi pipa. No será mucho tiempo. Tan solo unas caladas. ¿Eh? ¿Qué me decís?
-¿Qué pipa... ?
-Insisto en que como soy un camarada, no hay necesidad de matarme -interrumpió Sentencia.
-Está aquí en el bolsillo de mi chaqueta. No seas pesado, Sentencia. Si no te conociera diría que tienes miedo.
-Escuche viejo, está a punto de morir. Nuestros negocios se han acabado. Doy por terminada nuestra relación profesional.
-De eso nada. Aún no estoy muerto. ¡El contrato te obliga!
-En el estado en que se encuentra no puede ejercer sus derechos, por lo tanto rescindo el contrato y desde ahora no tengo nada que ver con usted.
-¡Maltito traidor!
-Chin, bien pensado no tengo ganas de arrastrar a estos dos al Sena si puedo arrastrar sólo a uno. Además, se trata de un colega de armas. Dejémosle ir.
-Con el trinquete no creo que nos cueste mucho trabajo enviarlos a los dos al fondo. No me fío de los occidentales. No tienen las mismas costumbres que nosotros.
-Tenebris fratrem, et ego -recitó Sentencia de memoria. Chin frunció el entrecejo, perplejo por lo que acababa de oír.
-Quod pretium? -preguntó dubitativo.
-Pretium sanguine est -respondió Sentencia con firmeza.
-¡Eres miembro de la hermandad oscura! -Dijo Bon-Hwa gratamente sorprendido. -Eso cambia las cosas, tenebris fratrem, ¿verdad Chin? Ahora sabemos que podemos fiarnos de él. Voy a soltarle.
-Si lo hacemos te irás de aquí inmediatamente sin mirar atrás -exigió Chin.
-Puedes contar con ello -dijo Sentencia
-Está bien. Suéltalo. Pero asegúrate de que se marcha. Yo me encargo de este -dijo Chin mirando fijamente al bosnio. Su compañero soltó rápidamente a Sentencia y lo acompañó fuera. Él cogió el trinquete con su gancho y lo colgó en una anilla del techo que debía de estar diseñada para levantar los motores fuera borda para su reparación. Decidido como estaba, agarró una abrazadera y la fijó a la viga sobre la que yacía un más que incómodo hombre sin nombre, amarrado de pies y manos por grilletes y pesadas cadenas.
-¿Es que no vas a concederle a un hombre a punto de morir su última voluntad? -interrogó el sin nombre.
-Tengo algo de prisa... -suspiró Chin.
-Serán dos minutos. ¿No puedes perder dos minutos para cumplir este pequeño capricho mío? Vamos, ¿qué me dices?
-Tendría que desatarte las manos y no sé...
-La pipa está ya cargada, si me das fuego sólo necesito una mano libre.
-Sólo dos minutos, ¿de acuerdo? Y después no me darás problemas.
-Lo juro.
Chin sacó la pistola por precaución y, sin dejar de apuntar al bosnio, se agachó y liberó el grillete de la mano derecha. El hombre sin nombre introdujo los dedos en el bolsillo de la chaqueta y extrajo su pipa ya cargada. Tras ayudarle el coreano a encenderla como es debido, se la llevó a los labios dando una profunda calada. El humo espeso y azul de su tabaco le llevó al paladar el sabor delicioso de la hoja de la localidad Siria de Latakia combinado con el ligero sabor especiado del perique. Ambas hojas habían sido mezcladas exquisitamente con una buena base del tabaco rubio al que llaman virginia, que le daba un toque fresco. Se sucedieron varias caladas para goce del sin nombre. Chin, por su parte, parecía hipnotizado por el ritual.
-¿Te gusta mi pipa? Es una obra de arte bastante rara... Única en su especie. El artesano que la talló para mi, murió hace unos años. Acércate para disfrutar mejor de los detalles. Supongo que cuando muera puedes quedartela. Espero que la cuides bien.
Chin se arrodilló a su lado interesado por la perspectiva. Pero vio algo que le interesó aún más que la pipa de hueso: el Rolex de oro que el bosnio llevaba en la muñeca izquierda, en el que hasta ese momento no había reparado. Se inclinó sobre el hombre sin nombre para quitarle el valioso reloj, cuando sucedió algo insólito. Se oyó un pequeño clic y Chin cayó muerto sobre su cautivo. Al punto se abrió la puerta de la caseta y de ella asomó una mano que empuñaba con maestría una pistola. Su propietario recorrió el lugar con una rápida mirada y se hizo una completa idea de la situación.
-Sentencia, no te quedes ahí y ayúdame con estas cadenas -susurró el hombre sin nombre mientras con la única mano libre trataba de desembarazarse del desdichado Chin, en cuyo cuello tenía clavado el pequeño dardo envenenado que había albergado la pipa de hueso dentro de un discreto compartimento secreto. Meticulosamente, retrajo el muelle girando lo que parecía un adorno propio de la pipa hasta que sonó otro clic. Introdujo con sumo cuidado un nuevo dardo y cerró el orificio tirando de otro de los adornos, recobrando la pipa su anterior e inocente aspecto.
Sentencia se asomó al exterior y volvió cargando el cadáver de Bon-Hwa, estrangulado. Tras dejar el cuerpo en el suelo, ayudó a liberar a su particular mecenas y amigo desde hacía tantos años, al que nunca abandonaría de forma voluntaria mientras viviera.


De esa forma, los dos coreanos acabaron ocupando el lugar del hombre sin nombre y de Sentencia en el fondo del Sena. 

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