miércoles, 28 de febrero de 2018

Encuentro (LV - XIV)

La terraza del aspa oeste del Triágono, o sede del CNI, no era el lugar más idóneo para hablar. Llena de antenas parabólicas y expuesta al aire gélido de finales de febrero, de un año particularmente frío, no era lo que se dice acogedora. Daniel Trujillo, alias Dany Trejo, tenía un cabreo del quince. Había recibido una nota de su compañero del departamento de delitos informáticos Alfredo Pi, alias el Piojo, pidiéndole que se reuniera allí con él a las 11. De eso hacía media hora. Se arrebujó en su chaqueta, helado, a pesar de que se había refugiado al socaire de una de las torres de acceso. «Me cagüen el Piojo, lo que tarda» pensó.

Un poco más tarde oyó pasos de alguien que se acercaba. Pero no era el Piojo, sino una mujer muy bien vestida. A los ojos de Dany, aquella mujer no tenía pinta de ser parte del personal de mantenimiento que frecuentaba algunos días la terraza. Pero no tuvo tiempo para nada más, porque la chica se detuvo a algunos pasos de donde él estaba.

—¿Señor Daniel Trujillo?— Sveta le había reconocido, pero le pareció una manera como otra cualquiera de empezar una conversación. Sacó su placa.
—Disculpe esta mascarada. Soy Svetlana Vorobiovna Zhuk, de operaciones. Quería hablar con usted.
—¿La nota? ¿Fue usted?— Preguntó Dany aún más cabreado. Y ante el gesto afirmativo de la chica, le soltó —Si quería hablar conmigo, se me ocurren cientos de lugares más cómodos que este lugar infecto y desolado.
—Le aseguro que hay una buena razón para ello. Pero no hablemos aquí. Vayamos al centro del aspa.
—No me gusta ese sitio, está atestado con los enormes aparatos del aire acondicionado. ¿Qué tiene de malo este lado?— Dany notó por primera vez que Svetlana se mantenía cuidadosamente cerca del centro longitudinal de la terraza, lejos de ambas fachadas. —¿Tiene miedo a las alturas?
—No es eso. La razón por la que le he citado aquí es por que no quiero que nos vean juntos.
—Qué rarita es usted— repuso Dany. Pero hizo lo que Sveta quería. Caminaron hacia el centro del aspa del Triágono, cuyos muros se elevaban casi como si de otro piso se tratara, aunque este no tenía ventanas y únicamente servía para ocultar las máquinas del aire acondicionado. Allí daban acceso a cada una de las terrazas de las tres aspas, sendos arcos de forma cuadrada. Una vez hubieron cruzado el que daba al oeste, cubiertos de las miradas ajenas por los altos muros, se situaron en un pequeño claro soleado.
—Lo que tengo que contarle— dijo Sveta —es de la mayor importancia, así que no me interrumpa. Se lo ruego.

Y en aquel lugar tan poco propicio, le contó todo desde el principio. Desde el día en que David le refirió su extraña historia durante la pausa del café, pasando por todo lo que sabía sobre el malware, hasta las últimas consecuencias en la persona de David, incluido el hecho de la reciente desaparición de la llama verde en las pantallas de los ordenadores afectados, a pesar de que el malware seguía allí. Ella lo sabía. Dany Trejo mantenía silencio aunque algo en sus ojos, un brillo especial, le decía a Sveta que él sabía algo. Y porque, de cuando en cuando, se tornaba como ausente y miraba a su izquierda como tratando de recordar algo.

Cuando Svetlana hubo terminado su relato, sintió un gran alivio, el de quien ha compartido sus preocupaciones con otro ser humano. Sentía ganas de soltarlo todo a los cuatro vientos. Estaba harta de ser una de esas pocas personas que estaban al tanto del asunto. En el fondo se sentía como un niño indefenso conocedor de un terrible secreto y sabedor del peligro que entrañaba. Ahora por lo menos lo sabía alguien más. La decisión de mantenerlo en secreto ya no era sólo suya. Era probable que Trujillo se lo contara a su superior y entonces una entidad más alta tomaría cartas en el asunto.

Pero Dany tenía otros planes.
—No hable de esto a nadie más— concluyó.
—Pero, este caso es de suma importancia. ¿No cree que debemos informar de ello a nuestros respectivos superiores?
—Eso sería lo peor que podríamos hacer. De momento confíe en mi. No tenemos tiempo. La hora del café hace ya rato que terminó y no nos conviene que noten nuestra ausencia. Hágame caso. Volvamos cada uno por donde vinimos. Haga como si esta conversación no hubiese tenido lugar.
—Pero...— trató de reconvenirle Sveta.
—Contactaré con usted muy pronto.

Y así se separaron los dos.

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