martes, 6 de febrero de 2018

David en Colombia (LV - IX)

—¿Cómo dijo que se llamaba?

—David, David Abad.

—Encantado, yo me llamo Adrián Rojas— se estrecharon la mano—. ¿Es la primera vez que viene a Colombia?

—No, en realidad es la tercera— sonrió, —aunque no he tenido tiempo de hacer turismo.

—Entiendo... Naturalmente. Señor...

—Abad, David Abad.

—Sí... señor Abad... En fin, esto es todo cuanto tenemos de la víctima.

—¿Todo? ¡Caramba! Viajaba ligero de equipaje— la ropa, el calzado y algunos objetos personales estaban depositados en una caja de cartón de tamaño más bien pequeña.

—Sí, es todo cuando llevaba encima y lo que encontramos en el hotel.

—Bien.

—Si hubiéramos sabido que el CNI tenía interés en el caso, hubiésemos ido a recogerle al aeropuerto. ¿Puedo traerle algo de beber?

—Por favor, no se moleste— David cambió el peso de su cuerpo a la pierna izquierda y se rascó la nariz incómodo. —Estoy bien. Ahora necesitaría concentrarme.

—¡Claro! Por supuesto. Tómese el tiempo que quiera. Si me necesita estaré en mi despacho, siguiendo el pasillo a la derecha.

—De acuerdo. Gracias.



David sacó todos los objetos de la caja y los ordenó sobre la mesa. Todo estaba convenientemente embolsado y etiquetado, aunque las bolsas no llevaban precinto de ninguna clase. El contenido de la caja era escaso: unos vaqueros, una camisa blanca manchada de sangre, una camiseta de algodón, un blazer marrón, calzoncillos, calcetines tobilleros, unas deportivas, la llave de la habitación del hotel, algo de dinero suelto de varios países (en su mayoría pesos colombianos), algunos cheques de viaje y una caja de pañuelos de papel. Eso era todo lo que una joven vida dejaba atrás. Conforme fue extrayendo los elementos mencionados, fue tanteando en busca de algo oculto que se le hubiese pasado a la policía de Apartadós. Lo hizo dos veces más, y nada. Prestó particular atención a la chaqueta del tipo blazer, pero ni siquiera encontró los típicos botones de repuesto. Nada.



Antes de viajar a Colombia, había ido a la dirección de L0pthR en Madrid. Se sorprendió al encontrar el piso vacío. Según su casero, lo había dejado para no volver. Siendo quien era, resultaba extraño que no llevara ni siquiera una memoria externa USB, o una tarjeta SD diminuta. Lo había repasado todo varias veces y no había encontrado nada. Desesperanzado pensó cuál era el mejor lugar para esconder algo así. Tenía que haberlo. Quizás la había escondido en el hotel. Eso era poco probable. Existía el peligro de que la encontrara el personal de limpieza. Lo más seguro era que lo llevara siembre consigo. Pero ¿dónde? De repente cayó en la cuenta de que faltaba algo. Era sorprendente que no hubiera un smartphone. Un smartphone hubiera sido un buen lugar para ocultar datos. Pero allí no había ninguno. Decidió preguntarle sobre ello a Rojas más tarde.



Empezó a devolverlo todo a la caja. Durante la manipulación, una zapatilla había quedado parcialmente fuera de la bolsa. Cogió la zapatilla en sus manos para colocarla bien dentro de la bolsa y accidentalmente su dedo índice tocó algo más blando de lo habitual en el interior. Llevaba una plantilla. Miró la otra para comprobar que también tenía una. Se le ocurrió una idea fantástica. Retiró las plantillas y por fin encontró lo que esperaba. L0pthR había recortado un pequeño espacio en la zapatilla izquierda para una memoria SD que había cubierto con la plantilla. David tomó prestada la diminuta memoria, colocó de nuevo las plantillas y devolvió las zapatillas y cuanto quedaba sobre la mesa a la caja.



***



—Bueno qué. ¿Ha descubierto algo nuevo?— le preguntó el agente Rojas al verlo entrar por la puerta de su despacho con la caja.

—Me temo que nada. Seguramente estaba relacionado con algún asunto turbio de drogas. Han hecho un magnífico trabajo. Muy limpio.

—Me alegro de que haya llegado a esa misma conclusión. ¿Entonces se marcha?

—Sí, vuelvo esta misma noche a Madrid— le tendió la mano, que Rojas estrechó. —Gracias por su cooperación. Me voy tranquilo.

—Lástima que no pueda quedarse unos días a conocer el país.

—Sí, es una lástima. Pero el trabajo... Ya sabe.

—Entonces adiós, señor Abad.

—Disculpe— David se interrumpió dubitativo. —Agente Rojas, ¿me permite una última pregunta?

—No faltaba más. ¿De qué se trata?

—¿Cómo identificaron a la víctima?

—¿Cómo dice?— rojas frunció el ceño.

—Entre sus cosas no hay cartera... Ni documentación, y lo más raro, falta el pasaporte.

—Ah, espere que mire— abrió el informe que tenía sobre la mesa. —... eh... Sí. Aquí, mire. Supimos su nombre por el registro del hotel, pero no hay duda. Pudimos constatar que la víctima entró en el país procedente de Caracas, Venezuela.

—¿Dónde cree que puede estar su pasaporte? ¿Han comprobado si aún lo tiene el personal del hotel?

—Nos comunicaron que se lo habían devuelto la mañana de su muerte. Asumimos que, puesto que tampoco hay equipaje, lo depositaría en consigna.

—¿Dónde? En el aeropuerto no encontré ninguna.

—No lo sé. Quizá se perdió. Todavía estamos en ello.

—Bien. Eso era todo. Gracias de nuevo. Adiós.


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