sábado, 24 de enero de 2015

El hombre sin nombre XIX: Turismo accidentado.


La menuda figura de Rhyst se hallaba tomando el sol en la terraza de la cafetería Bord de Seine, en París. Sobre la mesa un servicio de té y periódicos. Sorbía el líquido caliente con fruición mientras rebuscaba algunas noticias en los distintos diarios franceses que mantenía extendidos formando un gran revoltijo sobre la mesa. Según la costumbre parisina, las sillas estaban dispuestas contra la pared y de cara a la calle. Al otro lado de la carretera, el río Sena discurría bullicioso hacia el oeste. El hacker levantó la mirada para contemplar por un momento la fachada de la Conciergerie. Las dos torres que flanqueaban la entrada de la antigua prisión se veían justo en frente, en la orilla opuesta. En ella gran cantidad de aristócratas, entre ellos la reina María Antonieta, vivieron sus últimos momentos antes de ser guillotinados. La mismísima Cour de May se intuía cerca, tras de los edificios administrativos. Se sorprendió pensando que le gustaría ver al criminal llamado «hombre sin nombre» pasar por ese trance. Por desgracia hacía tiempo que las guillotinas habían sido retiradas de las plazas de París y la otrora temida prisión se mantenía como una atracción más para el turismo. Él mismo había paseado bajo sus viejas crujías en una visita anterior, en 2007. Encontró el lugar deprimente. La celda de la esposa de Luis XVI estaba ocupada en parte por una capilla. Irónico. Volviendo a la realidad, se ajustó las gafas con el dedo índice y reanudó su tarea. Con una mueca sardónica apartó dos noticias que copio a continuación.

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Tiroteo en el centro de París
Serge Halimi

Cerca del mediodía se oyeron tiros en las proximidades de la catedral de Notre Dame. Los turistas corrían aterrorizados para salvar sus vidas.

En el día de ayer, pocos días después del asalto a Charlie Hebdo, París sufría un nuevo sobresalto. Esta vez en pleno corazón de la ciudad de la luz. Fue nada menos que a los pies de Notre Dame. Según los muchos testigos del suceso, dos hombres blancos emergían de su visita a la cripta del templo cuando otros tres, al parecer asiáticos, les salieron al paso empuñando sendas pistolas. Los primeros disparos alertaron a los turistas que emprendieron la huida. Los dos blancos se defendieron como pudieron, pero ante la ventaja de la sorpresa y la superioridad numérica, tuvieron que escapar. Ante el estupor de los observadores, incomprensiblemente, lo hicieron hacia la plaza; convirtiéndose en un blanco fácil. El más joven fingiendo huir se cubrió en la esquina del templo y eliminó de un disparo a uno de los asiáticos. Entonces se unió a su compañero para dirigirse con él a la entrada de las catacumbas. En ese momento algunos turistas salían de la yacimiento arqueológico y se vieron sorprendidos por la persecución. Los disparos de los asiáticos ocasionaron una espantada general que fue suficiente para darles tiempo a los perseguidos a introducirse en las catacumbas. Una vez dentro, se las apañaron para deshacerse de otro de ellos y le dieron esquinazo al último. Como resultado del tiroteo, cuatro personas resultaron heridas, dos de ellas de gravedad, aunque a esta hora se hayan fuera de peligro. Los fallecidos no portaban documentos identificativos y la policía no ha efectuado todavía ninguna detención, por lo que se desconoce las razones que hayan podido desencadenar el tiroteo.


Muerte en la Torre Eiffel
Ettiene de souza

Un hombre murió esta mañana a consecuencia de una caída desde el segundo piso de la torre Eiffel.

Varios hombres lograron internarse en una zona cerrada al público de nuestra famosa torre. Testigos afirman que los vieron trepar por la pierna norte hacia el tercer piso. A unos veinte metros sobre el segundo piso ocurrió la refriega que acabó en tragedia, con uno de ellos cayendo. El destino quiso que fuera a dar con la estructura interna de la pierna, que con esa velocidad lo cortó en dos como si se tratase de mantequilla. Subsiguientes golpes desviaron su trayectoria de forma poco natural hacia el exterior de la torre. Un desfigurado y desmembrado torso cayó sobre los turistas que se encontraban haciendo cola para acceder al monumento. Por fortuna no ha habido que lamentar daños personales. A esta hora de la tarde, las fuerzas de seguridad del estado todavía andan buscando la cabeza del infortunado. Entre los restos sólo se ha encontrado su billete para visitar el icono nacional y no así documentos que permitieran desvelar su identidad. Curiosamente sólo había pagado para llegar al segundo piso. A pesar del absurdo, algunos de los testigos encuestados piensan que el fallecido pretendía llegar al tercer piso sin pagar.

De los demás transgresores nada se sabe. Después del incidente se desvanecieron como si nunca hubieran estado allí. Un misterio más para que la policía se devane los sesos. Ante la pregunta de este periodista de si el suceso pudiera estar relacionado con el tiroteo de Notre Dame, el sargento Devereaux, de la policía nacional ha declarado que no lo cree probable. «Son dos casos bien diferentes. Aquí no ha habido tiros. ¿No es así? Se trata con seguridad de sucesos aislados. Estos individuos caerán bajo el peso de la ley. No hay necesidad de alarmarse, pues.»

A este periodista le parece complicado, dados los medios de seguridad de todos los lugares turísticos de París, que alguien pudiera siquiera pensar en colar un arma en la torre. No. Han sido dos sucesos la mar de extraños acaecidos en dos sitios muy frecuentados por los turistas. No es extraño que parezcan relacionados. En mi opinión lo están. La cuestión es, ¿dónde sera el próximo golpe?

Para añadir un último misterio, debo señalar la presencia de un hombre desconocido cerca de Devereaux. Con toda seguridad se trataba de un policía extranjero. Quizás español. ¿Qué pinta un agente extranjero en todo este asunto? Las fuentes habituales han fallado en responder a esta pregunta, como tampoco se ha logrado conocer la identidad del agente.

***

El hombre sin nombre había tenido una semana horrible. Por si no hubiera sido bastante con los incómodos encuentros con los norcoreanos, había sufrido mil y un accidentes. Al principio sin importancia, los descartó por casuales. Pero después de tres o cuatro, una molesta sensación le invadió todo el cuerpo. De nuevo se sentía perseguido. Pero no adelantemos acontecimientos. El primer accidente acaeció durante su segundo día en París. Un pequeño objeto cayó a su lado desde los cincuenta metros de altura del arco del triunfo, el conocido icono de la Place de l'Etoile. Resultó ser un iPod touch de quinta generación. No llegó a tocarle por escasos centímetros. Miró a lo alto sin comprender cómo había podido pasar el chisme a través de la malla de protección. Pero siendo tan pequeño, quizá lo había hecho pasar su dueño para hacer una foto y se le había escurrido de las manos. Al día siguiente le ocurrió algo similar. Fue una batería externa Anker lo que estuvo a punto de darle en la cabeza de no ser por que se había movido en el último momento. Esta vez en el Grand Palais. Miró a la galería superior, pero no vio a nadie. «Ridículos turistas, siempre perdiendo cosas o dejándolas caer». Pensó. Pero esa misma tarde, poco antes del incidente de la torre Eiffel, un iPad Ace de segunda generación casi le rozó el hombro. Fue justo cuando estaba guardando cola para comprar la entrada. En esa ocasión le acompañaba Sentencia. Este mantuvo su habitual escepticismo. «La gente es torpe. No pueden ser más que pequeños descuidos», le dijo. Un sociópata como Sentencia era incapaz de hacer algo para tranquilizar a su prójimo, así que se quedó tranquilo una vez más pensando que seguramente había sido una coincidencia. Fue a la mañana siguiente mientras admiraba los murales dedicados a Sainte-Geneviève -en el Panteón-, cuando un iPad Mini le golpeó efectivamente la mano izquierda, hiriéndolo de poca consideración. Provenía del triforio o tribuna superior. En ese momento varias personas le miraban desde arriba. En el Panteón, se conserva el péndulo de Foucault; puesto allí por el mismo Jean Bernard Léon Foucault en 1849, en un intento por demostrar la rotación de la tierra. Un filamento de acero de 67 metros sostiene una bola de plomo recubierta de cobre que pesa 28 kilos. Oscila seis metros cada dieciséis segundos. El hombre sin nombre en un alarde inusual de humanidad, de pronto, sintió vértigo y se desmayó. Habiendo tenido una vida difícil, es hombre poco impresionable. Probablemente se encontraba en shock por el susto y por no poder fogar al desconocer al responsable de lo que probablemente eran atentados contra su vida. Aunque no podía menos que sospechar, y muy acertadamente.

Creo que el lector ya se hace a la idea de lo que tuvo que sufrir, sin necesidad de sacar a colación más eventos de ese tipo. Se sucedieron quizá demasiados. Tantos como para sacar de quicio a cualquiera. La paciencia del minucioso hombre sin nombre ya no daba más de sí. Además, tenía otras preocupaciones más acuciantes. Ya habría lugar para ajustar cuentas con quien él creía... sabía, responsable de todo. Su herida no tuvo consecuencias, aparte de la habitual incomodidad. Se retiró a lamerse las heridas que más le dolían, las del orgullo. Entonces, una tarde, mientras tomaba café tranquilamente en un rincón poco transitado, y daba caladas prolongadas a su pipa de hueso; sucedió algo completamente inesperado. Apareció tras una esquina el viejo ruso putero que dejara en Viena y al verlo se acercó. El viejo se sentó de cara a la calle, a su lado y lo saludó tan efusivamente como sólo los viejos suelen. Se detuvo largo rato para tormento del sin nombre, hasta que al fin dijo: «Me alegro de verle, pero por desgracia estoy esperando a alguien...». El viejo lejos de sentirse ofendido prosiguió con su cháchara vana. No le dejó otra salida que tratar de despedirlo con malas palabras. Pero el ruso no se iba. «No se preocupe» dijo. «Los coreanos no van a venir. Le he disculpado y he fijado otra cita para mañana». Al oír eso, el hombre sin nombre se quedó petrificado. Pero no tardó en reaccionar. Su cara adquirió un tono casi purpúreo y escupió: «Me has engañado por última vez... Rhyst». El viejo rió abiertamente. Se despojó de la gorra y de la peluca blanca. Se quitó los algodones de la boca que le habían permitido deformar su cara. Dejó las gafas de culo de vaso en la mesa para, con una toallita, limpiarse el maquillaje. Por último se puso sus gafas. «Cómo lo ha sabido» Dijo sin dejar de reír. «Me imagino que ahora va a matarme». «No te equivocas. Aunque yo hace tiempo que no me ensucio las manos con armas. Tengo quien se encargue de eso». Dichas esas palabras, un punto rojo apareció en medio del pecho de Rhyst. «Ya veo que estaba preparado para recibir a los coreanos. Lamento haberle estropeado la fiesta». «Ahórrate tus palabras. Reza tus oraciones. Es tu fin». Rhyst se encogió como asustado durante lo que parecieron los peores segundos de su vida. El hombre sin nombre era un enemigo duro de pelar, pero en esta ocasión algo falló. El punto que generaba la mira láser de algún arma, seguramente en el edificio de apartamentos del lado opuesto de la plaza, se movió bruscamente y desapareció. «Al parecer se ha precipitado. Todavía no es mi hora. Se ve que no vengo en lista. jajaja». La risa de Rhyst resonó en toda la plaza. La cara del sin nombre era un poema. Pero el punto apareció otra vez en el pecho del hacker para tranquilidad del otro. Aunque no paró ahí mas que dos segundos. Al momento estaba en el pecho del criminal para consternación suya y oprobio. «Comprendo que está confundido. Perdone por esta pequeña broma. Su esbirro ha sido convenientemente noqueado por alguien a quien usted cree muerto: el que se hace llamar Hereje27». La cara del malvado palideció de rabia más que de cualquier otra cosa, pero no dijo una palabra. «Ya está completamente recuperado y ha tomado el lugar de su asesino en aquella terraza. ¿Lo ve?». Rhyst hizo un amplio movimiento con su brazo en señal de saludo a su amigo. «Nosotros, por fortuna para usted, no somos asesinos. Tampoco tenemos pruebas que un jurado pueda comprender inequívocamente. Seguramente saldría libre. Personalmente, no puedo permitir que eso suceda. Esa carrera criminal suya cuesta demasiadas vidas.». Esta vez el que rió fue el sin nombre. «Jajajaja. Y qué vas a hacer. Parece que no tienes muchas salidas. Eres patético. Si no me matas, más temprano que tarde te mataré yo. No consentiré que un ser tan repugnante como tú, maldito hacker de mierda, siga fastidiando. ¡Asqueroso hijo de puta!». Pero Rhyst no se achantó y sonriendo para sus adentros le soltó: «Pobrecito. No lo sabe. Me temo que no tendrá oportunidad. Le diré lo que voy a hacer. Le pondré en manos de sus amigos coreanos». Una sombra pasó por los ojos del hombre. Rhyst consciente de ello continuó con placer. «Estoy seguro de que ellos resolverán este desagradable asunto de una vez por todas. No sé lo que les ha hecho, pero están rabiosos». El hombre sin nombre casi bramaba de furia. Tenso como una cuerda de arco. Rhyst proseguía con tranquilidad. «Temo, querido señor, que no vivirá para cumplir su palabra. Le... ejecutarán más temprano que tarde. Por la cara que pone, creo que se ha tomado en serio lo que dije antes. No. No he hablado aún con ellos. Creo que son esos del coche negro... Efectivamente». Dispuesto como estaba, el hombre sin nombre, puso las manos sobre la mesa para huir. Antes de que se moviera, Rhyst le propinó un potente golpe en el costado que lo dejó sin respiración. «¿Ha olvidado a mi amigo del rifle? Ah, Como ya sabe que no le mataremos, me temo que tendré que actuar ya según el plan». Con la mano izquierda extrajo una jeringa del bolsillo. Mientras el sin nombre pugnaba por respirar, retiró la funda de la aguja y le inyectó el contenido de la jeringa en el cuello. En pocos segundos cayó en la más completa oscuridad.

Tendríais que haberlo visto. El hombre sin nombre cargado como un fardo. Poco después Hereje y Furgonetero aparecían con un Sentencia atado y amordazado, ya consciente; que acompañó a su jefe en el apretado maletero de los norcoreanos. Rhyst y sus amigos despidieron a los asiáticos. Se quedaron sin saber los motivos de la disputa entre estos y el sin nombre. Pero la alegría de la fiesta posterior para celebrar su gran triunfo deshizo las sombras de sus mentes como nubes de verano ante el viento.


La fiesta fue brutal, pero Rhyst tuvo por momentos la sensación de que olvidaba algo. Por esa noche se abandonó con los otros a la alegría y al placer. Pero en los pocos momentos en que se quedó solo le acompañó la sensación de que no sería la última vez que tendría noticias del hombre sin nombre. 

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