miércoles, 16 de julio de 2014

La peregrinación: El origen

Ya se ha relatado en este blog la llegada de Chemi y Borjamari al complejo de templos del dios Appol que constituyen las oficinas de Apple en Cupertino, California. Sin embargo, mucho queda por decir todavía sobre los motivos y desafortunados eventos que llevaron a nuestros protagonistas a ese bendito lugar.

Se hallaba el desventurado Chemi solo en su casa, meses después de las navidades pasadas en la casa de los Borja que tan buenos recuerdos le traían. Había sido despedido en enero de su trabajo y había sido incapaz de encontrar otro empleo. Poco a poco había tenido que vender todos los sagrados elementos del dios Appol. Gracías a Appol, había pasado el invierno, ya que no tenía dinero apenas para comer y menos para calefacción. Bebiendo poco y comiendo menos, poco le faltaba para empezar a alucinar. Tan delgado había quedado que la ropa le quedaba grande y parecía envolverlo, flotando a su alrededor, como un sudario.

Lo había intentado todo. Lo rechazaron en todo tipo de trabajos: camarero, taxista, florista, tendero, vendedor a domicilio y casi cualquier empleo que pueda uno pensar. En cierta ocasión lo contrataron en una funeraria. Trabajó allí unos días hasta que lo despidieron por motivos religiosos. Al menos consiguió algo de dinero para ir tirando.

Un día en que se sentía especialmente miserable, consideró entregar su vida a Appol consagrándose como sacerdote en una iglesia de Appol, un Apple Store. Se duchó, se vistió elegantemente y se gastó el poco dinero que le quedaba en una buena comida. En definitiva reunió todas sus fuerzas para intentarlo. Le daba vergüenza ir a su iglesia habitual, así que caminó varios kilómetros para encontrar otra. En el umbral se arregló el traje y entró. Le sudaban las manos y tenía la boca seca. Tragó saliva como pudo, al tiempo que se limpiaba las palmas en los pantalones. Trató de parecer digno cuando pedía audiencia privada con un sacerdote. El «genius» o diácono de Appol le hizo un gesto para que esperara. Chemi agachó la cabeza sumisamente, dispuesto a esperar de pie. En esta ocasión no tuvo que esperar mas que unos segundos.

-Pase por aquí, por favor.

El «genius» le hizo pasar por una serie de intrincados pasillos. Su aspecto destartalado le recordó a una ocasión en que tuvo la oportunidad de estar entre bastidores del teatro de su barrio. Es como si la parte pública de la iglesia fuera un escenario. Esa metáfora le pareció brillante, lo que le hizo sonreír. Tenía esa misma sonrisa tonta cuando se plantó delante del sacerdote.

-¿Qué deseas hijo mío?

Esas palabras le hicieron despertar de su ensoñación. La habitación en la que se encontraban era sorprendentemente pequeña. El sacerdote estaba sentado en una silla en una esquina. De repente sintió una punzada de claustrofobia y pensó que lo mejor sería ir al grano y salir cuanto antes.

-Quiero ser sacerdote de Appol, padre.

El sacerdote levantó una ceja sorprendido. Se levantó de un salto y señaló una puerta.

-El «genius» pensó que querías confesión. Por tu cara pareces haber cometido el peor de los pecados. No lo culpo. Sígueme.
-Sí, padre.

Los dos pasaron a una habitación algo más amplia con dos sillones y una mesa camilla. A pesar de ser primavera, el brasero estaba encendido. El sacerdote le mostró un sillón y se sentó en el otro alzándose las faldas. Como vio que Chemi no se las alzaba, le indicó con un gesto que lo hiciera.

-A ver, hijo mío. ¿Cómo es eso de que quieres ser sacerdote? Has de saber que es un oficio muy duro. Sí, una vida muy sacrificada llevamos. Harías bien tú en seguir tu camino fuera de estos muros.
-Padre... -No pudo evitar soltar una lágrima al abrir la boca-. Siempre he querido dedicar mi vida a Appol...
-¿Has conocido hembra?
-...No.
-¿Haces guarrerías en soledad?
-...No... No, claro que no... Padre.
-Ya veo. Esto... puedes irte.
-Pero padre, ¡aún no me ha dicho como puedo convertirme en sacerdote!
-Hijo mío, no puedes cruzar las puertas de Appol si no eres sincero...
-...Está bien, lo confieso. Hago guarrerías de vez en cuando... Y en cuanto a las hembras, sólo una vez, ¡lo juro!
-Bien, eso está mejor. Para limpiar tus impurezas necesito saberlo todo con detalle.

Esta parte queda entre Chemi y el sacerdote. Evidentemente le contó con pelos y señales aquella vez con la criada en casa de Borjamari y los hechos del día en que se masturbó con una caja de MacPro en la cabeza. Son hechos ya de sobra conocidos que no sorprenderán a nadie. Ya en paz con su dios, siguió la encuesta.

-Muy bien hijo mío, ahora es imprescindible que conozca tu vida sacramental. ¿Has traído los documentos?
-Sí padre.
-¿Estás bautizado?
-Sí. Aquí está la factura del iPhone 3s que fue el mi bautismo de Appol.
-¿Hiciste la primera comunión?
-Sí, padre. Aquí tiene la factura de mi primer iPad 2.
-¿La confirmación?
-Esta es la factura de mi primer iMac.
-Bien, muy bien. Ahora necesito conocer si eres piadoso. ¿Llevas contigo algún icono de Appol?

Chemi se llevó la mano al corazón y sacó de su bolsillo un envoltorio de seda. Haciendo la señal de la manzana de forma perfecta, tocó el paquete con la frente y reverentemente procedió a abrirlo. Entre la seda apareció un iPhone 5S que le había regalado Borjamari por Navidad, único objeto del dios Appol que no había tenido fuerzas para vender. No estaba cargado, porque le habían cortado la luz hacía unas semanas.

El sacerdote sonrió complacido.

-Muy bien. Tienes una vida espiritual muy rica. Ahora sólo falta un detalle: ¿has peregrinado al luminoso Cupertino y visto el dorado esplendor de la primera iglesia, donde las banderas ondean por siempre en la gloria de Appol?
-No padre, aún no.

El sacerdote frunció el ceño, oscureciéndose su rostro de decepción.

-Lo lamento, el último requisito para ser sacerdote es haber hecho la peregrinación vital.
-Pero padre, puedo hacerla cuando sea sacerdote.
-No, no puedes. Los sacerdotes entregamos nuestra vida a dios y por lo tanto, la vida no es nuestra para hacer lo que queramos. Vuelve cuando la hayas hecho.

El sacerdote le dio la dirección de la agencia de viajes «Luz de Appol», de la que probablemente recibía comisión, así como una carta de recomendación para el Sumo Pontífice appeliano que le abriría las puertas del santuario de Cupertino.

Más tarde en su casa, Chemi lloraba amargamente. Su economía no daba para viajes y mucho menos al extranjero. Además, la Peregrinación conllevaba cuantiosos gastos en limosnas, donaciones al santuario principal y a los cientos de templos satélites. No podría ir. Había gastado su último cartucho. Desesperado pensó en el suicidio. Había un poco de cuerda en el trastero. Lo cogió e hizo un lazo corredizo bastante mediocre. Bajó la escalera y dejó la puerta principal entreabierta para que lo encontraran pronto. No quería pudrirse durante meses hasta que se le separase la cabeza de los hombros. Pensó en cuál sería el mejor sitio para hacerlo. Al volver la cabeza hacia arriba se tuvo una idea. Subió de nuevo y ató el cabo de la cuerda a un balaustre de galería superior que parecía resistente. Se puso el lazo en el cuello. Cerrando los ojos elevó una última oración a Appol. Subió por encima de la barandilla para sentarse en ella. Había una buena altura. Se ajustó el nudo a un lado para que se le rompiera el cuello en el acto. Contó hasta tres y se dejó deslizar hacia el vacío.

El cuello no se le rompió, probablemente a causa de la poca consistencia del nudo y la escasa longitud de la cuerda. Sintió que le latían las sienes, le zumbaban los oídos y que le faltaba el aire. Al poco rato se desvanecía en la inconsciencia.

***

Horas después lo encontró Borjamari en el suelo con una pierna rota y varias contusiones. El balaustre había cedido, yendo a parar Chemi al suelo unos tres metros más abajo. Ya en el hospital, consciente, Borjamari le sacudió dos tortas como panes y le sonsacó las causas de su desesperación. Cuando terminó de oírlo todo, le cascó otras dos ostias para que escarmentara. Tras quedarse a gusto, le prometió que tan pronto como se recuperara de sus lesiones irían los dos de peregrinación. También le advirtió que la próxima vez que le encontrara después de un intento fallido de suicidio, en lugar de pedir una ambulancia lo remataría allí mismo.


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