sábado, 17 de octubre de 2020

Relato: El Appeliano XVI: Peregrinación - El ritual de Infinite Loop

Julio Serrano "mhyst"
<mhysterio@gmail.com>

 



Aguardando a que les abrieran la puerta del lugar más sagrado de la tierra para la religión apeliana, Chemi hacía acopio de recuerdos de su recién comenzada peregrinación. Borjamari había alquilado un coche en el aeropuerto de Oakland, un Audi, que les había llevado por la ruta 880 hacia el sur, en un precioso recorrido por la ribera norte de la bahía de San Francisco, ingresando luego en el condado de Santa Clara y atravesando los municipios de Milpitas, San José, Fruitdale y finalmente Cuppertino, la gloriosa Cuppertino. Depués habían descendido N de Anza Bulevard y torcido a la izquierda por Mariani Avenue. Allí recibieron órdenes de proseguir por la sacrosanta Infinite Loop hasta uno de los aparcamientos para peregrinos situado al norte del complejo. Y así se habían encontrado, después de tantos avatares y desventuras, en la mismísima catedral del Dios Apol.

Aguardamos piadosamente hasta que se abrió la puerta y apareció un jovial acólito en camiseta y vaqueros, con el pelo desordenado, que nos saludó amablemente. Al ver que éramos peregrinos nos indicó que, antes de poder poner un pie en el interior del complejo, debíamos purificarnos ritualmente mediante las siete vueltas a Infinite Loop. Añadió que no volviésemos por allí, pues la zona en la que nos encontrábamos era tan sagrada que solo podía ser contemplada desde lejos. Ni Borja ni yo habíamos oído nada sobre aquella costumbre de las siete vueltas y nos resultó curioso que ni siquiera Infinite Loop rodeara enteramente el complejo de la manzana mordida, ya que en el lado sur se cerraba con la profana Avenida Mariani. Pero para cuando reaccionamos con intención de interrogarle sobre este punto, nos percatamos de que el hombre nos haía dejado, y no nos atrevimos a volver a llamar. El lugar estaba desierto y, a falta de a quién preguntar, decidimos someternos a la purificación y benevolencia de Apol.

No obstante, antes de empezar consultamos el móvil e intentamos empaparnos lo mejor que pudimos sobre la forma más correcta de hacer el ritual. Pronto comprendimos que había tantos métodos como apelianos, aunque para un ojo atento se percibían con claridad tres corrientes principales. La mayoría de ellos, los de la primera corriente, eran demasiado livianos y superficiales como para tomarlos en serio. Los de la segunda corriente abundaban en la mortificación del cuerpo y el rechazo del ego. De entre ellos, había incluso los que recurrían a dolorosísimos cilícios y flagelos, que había que llevar o usar durante todo el ritual. Eso daba mal rollo, así que descartamos tanto los primeros como los segundos. De entre los que quedaban, la tercera corriente, encontramos algo mucho más apropiado y refrescante entre las recomendaciones de Tanya Pypo. Ella se alejaba de la superficialidad con necesarias paradas y las recitaciones apropiadas para preparar mejor el espíritu. Además recomendaba textos concretos para cada parte, lo que reducía agradablemente la libertad de elección, justo como Apol quiere y predica. Y por lo visto había seguido todas sus recomendaciones al pie de la letra en su propia y famosísima peregrinación. Aquello nos dió mucha confianza, y tanto Borja como yo quedamos persuadidos de optar por su método.

Aunque aquello iba a ser más fácil pensarlo que hacerlo. El método de Tanya prescribía paradas cada quinientos metros para arrodillarse, hacer el signo de la manzana y recogerse en oración unos momentos. Durante todo el camino había que ir recitando el poema de San Evaristo titulado "De infiniti iaculatas" o "De las infinitas jaculatorias"; al final de cada vuelta era necesario detenerse y dar gracias a Apol. Lo peor era que había que hacer al menos parte de la última vuelta de rodillas. Todo ello y otras muchas consideraciones y advertencias, junto con infinidad de notas al pie y pequeños corolarios era lo que recomendaba Tanya y que al parecer ella había practicado escrupulosamente, sin saltarse una coma. Menos mal que la Pypo había puesto un enlace al texto original "De infiniti iaculatas", porque yo lo busqué en Google y me salió de todo menos bueno.

Después de completar la primera vuelta, recitando sin descanso el poema de San Evaristo, realizando las paradas y contemplando todo lo que decía el método que habíamos escogido; empezamos a comprender que aquello iba a ser duro. El ritual nos llevaría a recorrer lo menos cuatro kilómetros y medio, si no más. Yo empezaba a reponerme de mi delgadez y debilidad extremas, y aún así aquello iba a suponer una dura prueba para mi físico tanto como para mis pobres nervios. No quedaba otra que dedicar el sufrimiento al Gran Apol.

Cuatro horas después, devastados y sin aliento, habíamos llevado a término el ritual. Gracias sean dadas al Benigno y Acogedor Apol. La noche se nos echaba encima, así que decidimos que ya era el momento de cruzar las ciclópeas estructuras de los propileos y penetrar en el sacrosanto recinto. Allí fuimos recibidos con alborozo, nos lavaron manos y piés, nos ungieron con aceites aromáticos y nos vistieron con el blanco hábito de los servidores de Apol. Fuimos informados de que había pasado la hora de la cena, por lo que pasaríamos enseguida al dormitorio comunal, donde tendríasmos que pasar la noche en una litera entre otros olorosos presentes. A ese placer había que añadirle que no habíamos probado bocado desde el exiguo aperitivo en el avión, aquella mañana. Le lancé una ojiplática mirada a Borjamari y él enseguida pasó a la acción de la manera que más nos convenía a los dos. Borja le hizo una seña al encargado y le pasó disimuladamente un buen fajo de billetes. Eso nos haría la vida mucho más fácil en el centro de peregrinos desde aquel momento. Nos llevaron a una suite de las que ocupan los influencers ricos y, contraviniendo un poco las normas, nos sirvieron una opípara cena en nuestras habitaciones. Aquello era todo un lujo. Poco después, tan pronto como tocamos la cama, caímos dormidos. Y así pasamos la noche inocentes e ignorantes a los desventurados eventos que por fuerza habían de seguirse tarde o temprano.

Peregrinación - día 1
— Extracto del diario de Chemi