jueves, 4 de febrero de 2016

Capitulo IV: De como atravesé la barrera

Cuando la tuve ante mi me llené de temor. Constaba de un muro de unos cuatro ken de alto y de anchura difícil de calcular fuertemente unido a multitud de cubos defensivos algo más altos de estilo tambor. Entre cada dos cubos había una garita y una puerta. En el adarve del muro hacían guardia docenas de servidores armados que vigilaban atentamente el trabajo de los oficiales de barrera bajo sus ojos. A la izquierda una amplia puerta daba acceso a un patio amurallado dentro del cual había un edificio metálico que debía de albergar las oficinas y quizá un centro de detención. Los cuarteles se hallaban al otro lado. Los oficiales revisaban allí, como en otros puntos de control, los permisos de viaje de todos los viandantes. Evité llamar la atención y traté de buscar una ruta alternativa con poco éxito. El trazado de las calles te llevaba como un embudo hacia la barrera. Abandonar la megaciudad por mar era imposible sin poderosos contactos. Los diques constituían una barrera natural y sólo los pescadores licenciados podían franquear las pequeñas poternas de salida para faenar. Cuando me di cuenta de que mis intentos eran en vano y que mi visible angustia estaba suscitando sospechas a los viandantes, me armé de valor como pude y decidí arriesgarme.

Oculté la flauta tras los pliegues del manto que tenía ceñido a la cintura. Busqué seguridad en mi corazón y me acerqué al control. Dos servidores cacheaban a un viandante muy cerca. Era tarde para cambiar de opinión.

-Permiso de viaje.
-No necesito uno.
-Dame tu permiso de viaje si quieres pasar.
-¿Desde cuando un editor necesita permiso? -Dije aquello con cara de enfado al tiempo que me retiraba la capucha para que el oficial viera mi pálido rostro digno de un auténtico editor. El guardia cambió de tono ligeramente.
-No es la primera vez que pasa esto. Los editores se creen que pueden pasar por mi barrera sin permiso. Necesita un permiso. Sin él no se puede pasar. Comuníqueselo a sus jefes.
-Maldito inútil, no soy un editor corriente. Vine de la torre de incógnito y vuelvo a ella-. El oficial palideció a la sola mención de la torre y se cuadró. Ello dio alas a mi, hasta entonces, efímera seguridad-. La torre blanca no depende de ningún señor comerciante. El Gran Editor es mi señor. Con gran placer le comunicaré esta ofensa. Tu jefe tendrá noticias de su señor esta misma noche-. Ignoro como pude conseguir el valor y enfurecerme de esa manera. El caso es que funcionó más de lo que había previsto.
-Le ruego me disculpe-. Empezó-. ¿Cómo iba yo a saber...? Cada vez envían a editores más jóvenes. Mire, lo que haremos será lo siguiente: pase la muñeca por aquí y le extenderemos un permiso especial.
-Claro, claro. Pasaré el brazo por tu juguete y mi IP quedará registrada en el sistema. Todos los funcionarios de Nueva Tokio sabrán que un importante emisario del Gran Editor que debiera viajar de incógnito ha pasado por tu barrera. Genial idea-. Dejé una pequeña pausa para añadir dramatismo- ¡Estúpido ignorante! ¡No sé cómo has obtenido este puesto! -Mis babas tuvieron que salpicar la cara del oficial por fuerza. Aquel momento fue apoteósico.
-Disculpe que le pregunte, pero ¿por qué no lleva el permiso habitual con el sello de la torre? Nadie hace preguntas ante el sello de la torre blanca.
-¿Acaso no es obvio? El Gran Editor no quiere preguntas en este viaje. Ya he perdido bastante tiempo, abre la barrera.

El hombre hizo un gesto para que le reemplazaran.
-Sígame por aquí, por favor-. El oficial me explicó que la barrera no podía abrirse sin cumplimentar los datos del permiso, asociados a una IP personal. En el imperio todo se computaba y se almacenaba. Los movimientos de las personas se contaban entre los datos más valiosos. Para ocasiones especiales como esta, existía un pasadizo cerca de las oficinas. No me quedó más remedio que aceptar su palabra. Le acompañé por aquella puerta amplia que había visto al aproximarme. El bloque de oficinas se proyectaba ominoso sobre nosotros. Al verlo sentí mariposas en el estómago. Habría dado lo que fuera para estar muy lejos de aquel lugar. El cuartel quedaba detrás con un aún más sombrío centro de detención. Había un centenar de servidores de a pié formados mientras otros oficiales pasaban revista. Enseguida alcanzamos el pasadizo y me despidió sin más, rogándome que perdonara su torpe comportamiento.


Ignoro si mi error fue aceptar muy rápidamente sus disculpas, o si dije algo que sobrepasó su orgullo más de lo que puede soportar un servidor. El caso es que aquel hombre no era un hombre cualquiera. Era vasallo de primera línea de uno de los más ricos comerciantes de la población de Nuevo Hakone. Recibía un estipendio de 30.000 IPs aparte de unas generosas tierras con todas las almas que allí vivían bajo sus órdenes. Con esa riqueza disponía a su vez de vasallos y de numerosos criados. Aquel día estaba a cargo de la puerta como un favor especial al señor de quien recibía todo eso. Y yo le había insultado y herido en su orgullo profundamente. A consecuencia de aquello, después supe que nada más irme ordenó a dos de sus hombres que no me perdieran de vista.