domingo, 29 de junio de 2014

Del asalto a la hortelana Filomena por camino Villacañas y del mal final que encontraron los salteadores en el encuentro con Melquiades.

Navarapida
-¿ Cerraste la puerta de la casilla?. - Iba preguntando la hortelana Filomena al mozo Cazuela yendo por camino Villacañas-.
- Si, le di dos vueltas a la llave.

El anochecido sereno dejaba ver la puesta de sol. Subidos venían en el carro tirado por la mula "Carbonera", con algunas cestas lleniticas de tomates, judías verdes, alcachofas y algunos melones chinos de lengua pájaro. Aquel día, se habían estado en la huerta, mientras la Isabel, madre de la Filomena pasando la jornada se anduvo por la casa del Hondillo y la plaza del mercado por ser jueves.
Cazuela y la hortelana por la tarde estuvieron dedicados en regar las eras y tablares de la huerta, habiendo dejado llena la arqueta de agua sabiendo del gusto de los que por allí pasaban de dar de beber a las mulas y borricos.
-Todavía no me has contado de los que estuvieron aquella noche de casquera sobre escritura en el mesón de la Chela...- Volvía a la plática Filomena-.
- Na... Bien... Allí estuvimos.- Explicaba el chico-.
- Una vecina de la calle Tahona estuvo en casa a por tomates en sal.., contó que debiste rondar mucho..
- Unda.., na..
- Y que saliste de casa de la vecinilla de la tienda muy temprano, o muy tarde, según se mire el sol..
- Na...

En este converse estaban, pasando a la altura del palomar de la tía Pilar de "Cuatrojos", mientras la mula movía las orejas tiesas de un lado a otro y el carro continuaba su traqueteo por el hondo del camino. El mozo sacó de entre el retrotero de la cesta, la faca, un tomate y pan para hacer merienda, con los pensamientos de aquella noche que paso con los notables hablando de escritura.
En los árboles del palomar unos cuquillos se apareaban ajenos al paso del carro.

De pronto, la "Carbonera" dio un espanto poniéndose en manillas y rechivando las orejas hacia atrás. Dos hombres aparecieron detrás de las escamploneras del acirate dando gritos de alto y someterse a sus navajas.
- ¡Sin moverse¡, ¡Quietas las manos¡-. Gritó uno de los dos asaltantes con la jeta embozada en un tapabocas. ¡ La bolsilla!.

Obligó a sentarse a la buena hortelana mirando en dirección contraria a donde estaba el salteador, y poniendo la navaja en el cuello del mozo nieto le apremiaba a bajar las cestas de tomates y melones del carro. Entretanto, el otro bandido, desuncía la mula de forma desmañada y cerril.

Como si no hubiera pasado un relámpago, los malhechores dejaron atados a la rueda del carro a los de la huerta, colgaron y ataron las cestas a unas mulas escondidas detrás de las retamas, y huyeron llevándose la faltriquera de la Filomena, la hortaliza y la mula "Carbonera".

Sujetos a los radios de la rueda, junto al horcate, la entremantilla y los arreos, estuvieron más de dos horas la hortelana y Cazuela, que casi cae la noche.

Ventura hallaron del paso del tío Sebastián, el de la Dorotea de "Raba", que aquella noche no quiso quedarse de quintería, y venir por el mismo camino, dándoles encuentro.

-! Santo Cristo Santa Ana ¡..., Filomena, ¿qué es lo sucedido?, ¿ cómo esta tropelía que me hayo?..
- Asaltados y robados hemos sido por dos bandidos a cara cubierta. A espeje de faltriquera y mula nos han dejado..
- Sin tiempo a salir corriendo se abalanzaron sacando navaja. - Dijo Cazuela-.

El buen hombre desató a los dos, ayudándoles a incorporarse y tenerse de pie. - A fe que se han llevado la mula-, observó Sebastián-. Mejor será que nos aliviemos y acudamos a dar cuenta en el Concejo de este ataque.

Uncieron la mula, que en una subido había llegado el de la Dorotea, aunque muy prieta en los arreos de la "Carbonera", y dispusieron marcha hacia el pueblo, en intención de poner los hechos en conocimiento de la justicia.

El farol del Concejo encendido estaba ya, cuando se arrimaron a la puerta, hallándola cerrada. Cazuela dio varios golpes con el aldabón confiando que el Alguacil estuviera en su puesto. Presto, casi al momento, abrió la entrada el propio, preguntando a que esas horas se presentaban a la municipalidad.

-Con un caso nos llegamos-. Manifestó Cazuela, dando cuenta del quid-.
-¿Qué suceso es el acaecido?-. Cuestionó el de la justicia-.

La hortelana Filomena, el mozo, y el tío Sebastián, que en acompañamiento seguía, refirieron los hechos con gran detalle.
- Incumbencia impropia me resulta a las facultades que tengo en encomienda-. Contestó Liberato Pérez, habiéndose dado la peripecia en un camino-.
- Y, pues, ¿a qué justicias nos debemos ir en auxilio?-. Interpeló Sebastián al propio-.
- A la Santa Hermandad-. Contestó de primeras.
- Conozco a Melquiades, jefe cuadrillero, que acudió con los suyos la noche en que a usted mismo detuvo en el mesón de La Chela-.
- ¡No mal hables mozo delante de gente!. Gruñó el Alguacil-. Más, veamos, acta de denuncia escribiré haciendo constar la cuestión, que el alcalde vea mañana y él mismo de curso de averiguar sobre el acto cometido contra vosotros. A las segundas luces del día que viene, que el muchacho vuelva a este Concejo para terminar procedimiento. Ínterin, haré llegar aviso al jefe cuadrillero, para el mismo argumento.


Cazuela, que se estuvo durmiendo en el camastro de la cuadra, hizo aseo, almorzó una rebanada de pan con aceite y tomate, y habiendo echado un trago de giniebla se encaminó otra vez a la casa del Consejo por la Calle del Cristo, fijándose en que los luceros hacía ya tiempo que habían huido.
A la entrada de la casa consistorial, topó con el Alguacil, que le hizo pasar hasta donde estaban los regidores y alcaldes ordinarios, junto con el jefe cuadrillero Melquiades y uno de sus hombres. Los de la justicia viendo entrar al nieto de la Filomena, y habiéndose leído lo escrito por Liberato Pérez en atestado después de las vísperas, quisieron escuchar nuevos elementos sobre lo acaecido en el camino de Villacañas.

- Dos hombres consta que fueron los que os salieron al encuentro, robándoos las pertenecías y mula del carro-. Habló Melquiades-. ¿Conociste a alguno de ellos?-.
- Tapados llevaban los dos el rostro con sendos pañuelos-. Contestó Cazuela al cuadrillero-.
- ¿ Su estatura aparentaba alta o baja, gordos o flacos?. ¿Hallaste falta, tara o lunar en los asaltantes?-. Volvió a consultar Melquiades-.
- Poco hablaron, y a bramidos. El que dispuso la navaja en mi gollete tan alto como vos parecía, y de figura galga. El otro, que desaparejó a la “Carbonera” llegabale a los hombros, y los andares eran de pata de collera-. Enteró el mozo-.
- ¡Por los clavos de Cristo!, ¡réprobos sujetos, que no me son ignorados por sus fechorías!-. Vociferó el de la Santa Hermandad-.
- ¿Acaso son conocidos?-. Interrogó Hernán Vázquez-.
- Presos, de muchos asaltos y males creados, han estado. El mozo ha dado en la esencia sin tener erudición sobre los maleantes.
- ¿A qué tenor?-. Interpeló el alcalde Diego de Torres-.
-¡”Patas de Collera”!, ¡Si es su remoquete!-. Exclamó Melquiades-. ¡Sin torcedura por el camino con ellos daré!. ¡Una me deben!. ¡Jurado tengo por esta cicatriz en el brazo siniestro, que un día compensaran!. Esta señal llevo imperecedera, de una noche que a traición me sorprendieron sin la “Santiaga” camino de Talavera…

Este, y “Pichaencoge”, acostumbran abordar en los caminos y en ventas, refugiándose en la Sierra de Madridejos.

-Ea, no hay más que hablar, a mi cometido me encomiendo, que antes que tarde, de una golpalá de la “Santiaga” estarán apresados. A favor del aire solano parto con mis hombres.

Los de la justicia en sus quehaceres quedaron, el nieto de la Filomena regresó al Hondillo dando crónica a los suyos, y Melquiades, con su cuadrillero José Fernández Gracia, el de la pierna quebrada, en el mesón de La Chela hicieron parada para llenar de andorga esperando al otro compadre, Saturnino Malasaña.
Atardeciendo, habiéndose echado la siesta para rebajar el mojete y los tragos licor de hollejo, partieron cruzando los charcos de la calle La Vega, hasta llegar a camino Villacañas, en busca de “Patasdecollera”, “Navajarápida” y “Pichaencoge”.

Subidos en un caballo y dos mulas, pasándose estuvieron por casillas y quinterías, registrando las cuadras y corraletas, interrogando a gañanes y mayorales si por un casual hubiesen tenido tropiezo con los bandidos, de cerca o de largo.

Sin haber dado huella de los malhechores, Melquiades guiado por su olfato, decidió hacer cambio en su averiguación. Puso rumbo, con sus cuadrilleros, al Calaminar.

Transcurrieron las horas laudes, prima y tercia, y siendo casi el tiempo del ángelus, se presentaron en la aldea. Los campesinos andaban en sus faenas por los campos cercanos, menos una mujer que lavaba ropas a la vera del pozo. A ella se condujeron preguntando por “Pichaencoge”, por cuyo lugar dejabase ver, huyendo de las justicias en abusos cometidos por el mismo otras veces. Ella era, Carmen Gómez, de la quintería de Atanasio Beteta.

-Provechoso día tenga buena mujer-. Cumplimentó Melquiades-. Recelo no halle en esta cuadrilla. Gente paz somos, que en busca de salteadores nos andamos. ¿Ha acontecido algún hecho extraño por este lugar, o acaso, ajenos a estas quinterías ha visitado?.
- Mis ojos y orejas, que hayan visto o escuchado, no-. Contestó la moza.
-Preferible es entonces, si en sosegadas horas han transcurrido. Batida daremos en los contornos, mientras cae la noche. Que a no ser que mi instinto falle, a fe, que volveremos. Más, no narre de este encuentro con los cuadrilleros de la Santa Hermandad, que hasta los pájaros volanderos llevan revelaciones a quien no debe.
-Marche la justicia sin recelo-. Concluyó la mujer el diálogo-.


Alejados más de una legua, Melquiades y los suyos se detuvieron en el Camino del Infierno. Sacaron los saquillos, sentándose en un acirate con pensamiento de tomar bocado y sosegar la sequedad de garguero. Partieron un pan de kilo y cuarto, repartiéndose medio queso de mucha fama, procurado en casa de La Nona de Villa Franca, lechería honrada, donde las medías invariablemente se respetaban.

Fueron a las cuatro de la madrugada cuando volvieron a las casas del Calaminar. El presentimiento del jefe cuadrillero inspiró, que él mismo y sus compañeros, se apostasen en la esquina de una de las quinterías, acechando. Agazapados, quedaron en silencio.

Apenas habíase movido la luna de sitio, cuando sintieron ruido. Melquiades asomó la mollera. Detrás de un farol de poca luz, unas siluetas oscuras se movían. Eran tres sombras terrenales, asiendo tres animales. Cabalicamente se dirigían, por el descampado, hacia donde ellos se encontraban.
De un salto fiero, quedó frente a los que emergieron en la noche.
-¡Alto a la Justicia!-. Vociferó Melquiades-.
A tal grito, las mulas y un caballo de los que avanzaban, sufrieron espanto con relincho.
-¡No seré yo quien detenga mi paso!-. Voceó uno-.
-¡Alto a la Justicia!-. Repitió el cuadrillero-.

Cayó al suelo el farol, al instante que el desconocido arrojó un puñado de tierra a los ojos del militar. Este, en el suelo quedó con la vista enterragada. El que no quiso atender la orden de alto, saltó sobre aquel, empuñando una navaja que hizo brillo a la luz del astro de la noche. Yo soy “Navajarápida”. El silencio se hizo negrura. Melquiades, hábil y curtido en el cuerpo a cuerpo, se volvió boca arriba, colocando la “Santiaga” en defensa.
Un alarido se oyó. La espada había atravesado el pecho del malhechor, saliendo por la espalda. Nunca Melquiades pensó el provecho de un buen afile. En la tierra quedó el cuerpo exánime. Eran las cinco de la mañana.

Los otros dos, sin reconocer aún, huyeron entre las tobas.
-¡A mi Santa Hermandad!-. Gritó el jefe cuadrillero.-.

Saliendo José Fernández Gracia y Saturnino Malasaña detrás del esquinazo de una quintería, cortaron la desbandada de uno. Sujeto y preso, fueron a dar con “Patasdecollera”.
-¡Venacaquí!-. Agarró Melquiades-. ¡Quién es el otro!, ¡Dí, quién es el otro!.
-¡Favor, favor!-. Gritaba el apresado-. ¡Es “Pichaencoge”..., es “Pichaencoge”…!.
-¡Lo sabía, lo sabía…!-. Dijo el uniformado de verde.

Eran las cinco de la mañana.

Melquiades se sacudió el polvo con levedad. Se acercó a las mulas, y dijo:
-Esta es la mula de la Filomena. Y aquí está su faltriquera.

Ordenó a Saturnino Malasaña llegarse a Villa Franca, a dar cuenta de los hechos, y traer al lugar a la justicia ordinaria y eclesiástica.

-Malhechora ha sido la existencia del bandido “Navajarápida”. Mas, de obligación cristiana es que se le cante en estas últimas, el gorigori-. Se le oyó a Melquiades-.

Por Domingo Camuñas.

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