lunes, 20 de enero de 2014

El Appeliano VIII: Navidad

Las últimas semanas habían sido muy duras para el appeliano. Aquella desafortunada caída había tenido muy malas consecuencias para su economía. Tres operaciones de reconstrucción de la mandíbula y reposición de las piezas dentales perdidas habían supuesto un revés muy importante. Había tenido que empeñar todo su ecosistema de Appol, y además conseguir un préstamo. Los dolores periodontales le habían quitado el apetito y para cuando llegó el día de Nochebuena, había perdido mucho peso.

-Chemi, tienes muy mal aspecto -. Le soltó Borjamari a través de videoconferencia desde el iPhone, el único dispositivo del que se había negado a desprenderse.
-Estoy bien. Será la cámara que adelgaza -. Dijo, tratando de dar el perfil que mostrara sus labios abultados por la inflamación.
-No me mientas. A ti te pasa algo. Como sigas así no vas a poder soportar el ayuno de adviento.
-Bah, no es nada. Manías tuyas -. La oreja izquierda de Chemi se puso roja, señal inequívoca de que mentía. Borjamari se dio cuenta y prefirió no insistir en esa dirección. El orgullo de José Miguel estaba muy quebradizo desde el asunto del robo de su Mac Pro.
-¡Tengo una idea! ¿Qué te parece si vienes a visitarme unos días?
-... ¿Estás seguro? Son días de mucho jaleo y no quiero molestar.
-¡Molestar! ¡Tonterías! Recoge tus cosas, te enviaré un coche -. La mirada de Borja no dejaba espacio para negarse. Bien pensado, era una idea excelente. Lograría ahorrar algo o al menos no empeorar su ya pobre economía.
-Está bien, iré -. Admitió finalmente Chemi. Borjamari compuso su mejor sonrisa y dio por finalizada la videoconferencia.

Dos horas después se encontró frente a la puerta de la casa de Borjamari. El chófer le dejó sólo y se dispuso a guardar el coche en las cocheras. Chemi tocó la campana. A los pocos segundos apareció un hombre mayor que dijo ser el mayordomo.
-¿A quien debo anunciar, señor? - El hombre miró con desaprobación la maleta que contenía las humildes posesiones de Chemi.
-José Miguel Señor del Oso, para servirle.

Borjamari vivía en una gran mansión, con mayordomo, lacayos, criadas, cocinera y todo eso. Una vez se hubo instalado, Borjamari fue a buscarlo a sus aposentos y lo condujo a la biblioteca. Era el primer día del adviento appeliano y la religión ordenaba un ayuno para prepararse para las celebraciones de la Natividad appeliana, que empiezan el 24 de febrero, onomástica del maestro Jobs. El ayuno es parecido al que hacen los musulmanes durante el ramadán, pero de dos meses de duración.

Después de departir agradablemente acompañados por sendos vasos de agua, pues aún no se había puesto el sol en el primer día de ayuno, Borja le invitó a echar un vistazo al resto de la casa. Lo más destacable era que contaba con una preciosa capilla appeliana, dotada hasta el último detalle, de gran capacidad.

Llegó la largamente esperada hora de la cena, que les fue servida en el comedor principal. Fueron acompañados por lacayos cada uno a un extremo de una mesa larguísima, de tal guisa que tuvieron que hacer videoconferencia con sus respectivos iPhone para poder hablar durante la cena. El menú fue variadísimo, si tenemos en cuenta que sólo comieron manzanas: de entrante, una rodaja de Pink Lady; primer plato, una Golden Delicious al sol (es decir, asada); y de segundo plato, una McIntosh a la sombra; el postre fue una deliciosa Reineta confitada. Todo ello regado con salobreña o sidra de la casa a elegir y manzanilla a la sobremesa. Chemi tenía graves problemas para deglutir debido a los dolores que sufría. Al final el mayordomo, apiadándose de él, le ofreció puré de manzana que aceptó sin chistar, con una profunda mirada de agradecimiento.

Después del condumio se desplazaron a un saloncito donde jugaron a la manzana rodeada, con unos naipes que incluían; además de los típicos diamantes, corazones, picas y tréboles; un quinto palo de manzanas, mientras disfrutaban de un licor de manzana frío. Chemi estaba tan hecho polvo que se excusó tres o cuatro manos después y prefirió retirarse a descansar.

Pocos minutos después, ya desnudo en su cama, su dificultosa sonrisa de paz se vió alterada con una sospecha....
-¡Por San Woz traidor! ¡Juraría que no estoy solo!
-No os asustéis mi señor, sólo soy vuestra humilde sierva -. Se oyó una voz, apenas audible, cuya dueña no se veía por ninguna parte.
-Ese pedo no ha podido salir de mis posaderas, o yo no lo he sentido. ¡Sal de donde estés, diablesa! ¡Que no he de temer mi suerte aunque me haya llegado la hora postrera!
Una mujer salió de un baúl a los pies de la cama, con la cofia de medio lado y algo despeinada. Era una de las criadas.
-Calmad mi señor, os ruego. Si me oculté en este cofre fue por orden de mi amo, para daros calor en esta noche tan fría. ¿Hice mal?
-Mal... no... no. Pero vaya susto me he llevado-. Respiró aliviado. -Por favor, marcha, que con estas mantas no he de pasar frío.
-La noche es fría, señor, y esta casa es tan grande que es imposible de calentar.
-Estoy tan cansado que si hace frío, no lo noto. Márchate y yo le diré a tu amo que hiciste bien tu trabajo. Descuida.
-Si vos no tenéis frío, yo sí lo tengo. Vuestra compañía me será la mar de grata.
-Seguro que cualquier lacayo estará encantado de darte el calor que buscas. Que yo debo dormir solo y respetar los votos del adviento. ¡Márchate te digo!
La criada parpadeó modosa.
-Siento contrariaros, pero a fe mía que mal servicio le haré a mi amo si me voy sin catar vuestro nabo .- Y dicho esto, sin esperar réplica ni más retórica dejó caer el vestido y se quedó como vino al mundo, en cueros. Y con un ímpetu inesperado se metió de un salto en la cama de Chemi.
-¡No! ¡Por Appol el sublime! ¡Vete, vete! -La criada sin decir palabra ya buscaba bajo las sábanas el fruto de su deseo.
-No puedo, no podemos... -. Atinó a decir el desgraciado, pero en ese momento notó contacto en sus partes y calló a mitad de la frase. A lo que la criada, levantando la cabeza gritó fuerte:

-¡Yes.... WE CAN!

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