miércoles, 24 de enero de 2018

Atando cabos (LV - IV)

Dos días después de que tuviera lugar el Segundo Concilio entre Sauron y Morgoth hubo cierta agitación en la oficina del Triágono donde trabajaba Svetlana Vorobiovna. Con sus ojos verdes fijos en su monitor, se hallaba absorta en el minucioso examen de los datos que había recabado Galileo RCS del ordenador de un conocido político. En el momento en que empezó la mencionada agitación, intentaba concentrarse en terminar el perfil del político revisando los keylogs de la semana anterior. Todo lo que se había escrito o simplemente tecleado descuidadamente en el ordenador del objetivo en ese periodo de una semana se hallaba ante sus ojos condensado. Leía entre líneas los textos aprovechables aunque fueran tan cortos como un mensaje instantáneo. Pasaba de la vista global a picotear aquí y allá pequeños recortes de texto. Anotaba cualquier cosa de interés y archivaba el resto en el diario. De esa manera quedaba entresacado lo que pudiera tener alguna relevancia, mientras el resto hibernaba en espera de futuros análisis.



Echó una ojeada al asiento vacío de su derecha. David Abad, agente del CNI y su compañero, tampoco había acudido ese día a su trabajo. Llevaba cosa de una semana ausente y no había respondido a sus mensajes ni a sus llamadas. Era extraño. Estaba preocupada.



Mientras Sveta seguía a lo suyo, se había iniciado una conversación a su alrededor, de la que sólo captaba palabras sueltas. La oficina solía ser bastante silenciosa, excepto quizá a las horas estipuladas del café. Por lo demás, cada uno permanecía en su cubil ocupado con sus cosas en educado silencio. Que sus compañeros levantasen la voz de esa manera no era frecuente, pero eso no disminuyó su concentración.



Los datos reflejaban que el político había cambiado temporalmente las putas de lujo por una amante. Galileo RCS hacía tiempo que había recabado las credenciales bancarias de todas sus cuentas. Sveta sólo tuvo que irse a la intranet y tocar unas pocas teclas para conseguir sus movimientos bancarios. «Las putas de lujo son caras, pero una amante aún lo es más, por lo visto» —se dijo. Su subconsciente captó a su alrededor que se pronunciaban las palabras «virus» y «verde». Pero en ese momento dicha información tocaba sólo las capas más superficiales de su mente. Cerró el perfil del político y pasó al siguiente objetivo de su cola de entrada. Se trataba de la amante del político. Ignoraba quién asignaba los trabajos, pero a veces le parecía que su función se limitaba a confirmar lo que en las altas esferas del poder ya se sabía de sobra. A veces era tan obvio que le asqueaba. Pero de cuando en cuando, solo a veces, el trabajo resultaba interesante y solo por esos momentos, merecía la pena trabajar en el CNI.



Los registros hacían referencia a un suntuoso regalo que la amante había recibido del político. La información venía de varias fuentes: emails, mensajes directos de redes sociales, y la plétora habitual. No tardó en averiguar que se trataba de un Porsche. Ello sugería dos cosas: que la mujer era una apasionada de la conducción y que el político era un corrupto.



Lo primero era una suposición lógica. ¿Qué mujer hablaría entusiasmada con sus amistades de un coche y aún lo preferiría a una joya? Por ejemplo un diamante. Sveta esperaba que algún día le regalaran un diamante. El gusto por los coches le parecía una actitud masculina.



Lo segundo era una certeza. El CNI ya sabía todo cuanto se podía saber de los tejemanejes del hombre. Seguía en activo porque los de arriba lo querían así. Aún era necesario de alguna forma en la escena política. Pero pronto llegaría su San Martín, eso era seguro.



—¡Sveta!— la llamó alguien a su espalda tocándole el hombro. Se dio cuenta de que la oficina estaba desierta. Debía de ser la hora del café.

—¿Sí?

—¡Joder, lo concentrada que estabas! Te he llamado cuatro veces y tú nada. En tu mundo, como siempre— se quejó el hombre.

—¿David? ¿Qué haces aquí?. Quiero decir... Llevas una semana sin venir al trabajo. No me coges el teléfono, no me respondes los mensajes. ¿Dónde te habías metido?

—Es largo de contar— dijo, temeroso de que siguiera acosándolo a preguntas. —Vamos a tomar un café. Es la hora.

—Bueno, vale— Sveta bloqueó su terminal, selló la bandeja de entrada y se puso en pie para irse. —Será mejor que tengas una buena explicación. Algo convincente.

—Ven... Es mejor que hablemos en el office— respondió elusivo su compañero.



Todos los empleados preferían bajar a la cafetería del bajo, pero también había una pequeña sala con máquina expendedora de café allí mismo. No era tan lujosa como la cafetería, pero había galletas y un microondas por si querías calentarte la comida. Svetlana entró en el office y se fue a la máquina a pillar un té Earl Grey. David, por su parte, se quedó en la puerta y extrañamente la cerró a su espalda, después de asegurarse de que no quedaba nadie más en la oficina.



—Estás muy misterioso hoy— dijo Sveta. —¿Me vas a decir lo que te pasa?

—Sigues negándote a tener un smartphone, ¿verdad?

—Sí, claro... Será mejor que hables ya.

—No sé si tengo derecho a contártelo. Es peligroso, muy peligroso. Prométeme que lo que voy a decir no saldrá de aquí. No debes repetirlo a nadie. ¿Me lo prometes?

—Chico, ¡sí que estás rarito hoy!

—Va en serio. Necesito que me des tu palabra...

—Está bien, lo prometo. Pero suéltalo ya, lo que sea que me quieres decir, chico, que me tienes en ascuas.

—Bien. No he venido por el trabajo estos días porque he estado investigando algo.

—¿Investigando? ¿El qué?

—Tú conociste a mi hermano, ¿verdad?

—¿A Carlos? Sí, claro. Me lo presentaste aquella vez que fuimos de excursión.... ¿Donde era?

—Ha muerto— la cortó David.

—¿Muerto? Pero... ¿Cómo? ¿Cuándo?

—Asesinado, me temo— contestó David sollozando. —Apuñalado en un callejón— la tensión de los días pasados le pudo y lloró amargamente dejándose caer al suelo, con la espalda en la puerta.

—¿Qué dice la policía? —preguntó Sveta, aún en shock. —Quiero decir... lo siento mucho. Me gustaba tu hermano. Siento lo que le ha pasado. Ven, siéntate aquí. Espera mientras te saco un capuchino. Te sentará bien.



Carlos obedeció silencioso, hasta que después de tomar dos sorbos de su capuchino prosiguió su discurso.

—Gracias. Ya me siento mejor. Un robo. La versión oficial es que fue un robo. Eso es lo que dicen. Pero es absurdo. Era un estudiante.

—Quizá el ladrón se asustó o se enfadó al saber que no tenía dinero, y lo pagó con él.

—Pero sí llevaba dinero. Esa tarde le había entregado el dinero del alquiler de su piso de estudiante. Aún estaba en el bolsillo derecho de sus vaqueros cuando le pedí a la policía que lo revisaran. El asesino no buscaba dinero. Un ladrón le habría registrado los bolsillos. El callejón estaba desierto. Su cuerpo se descubrió por la mañana. Tuvo todo el tiempo del mundo para buscar el dinero. Y el modo en que lo mataron tampoco cuadra. Le apuñalaron en el ojo izquierdo. Con lo que, a juzgar por la herida, era un estilete. La hoja penetró en su cerebro matándolo casi en el acto.

—Pobre— dijo Sveta al ver que David no podía seguir hablando. El nudo que tenía en la garganta no le dejaba.

—Sí. Pobre hermano mío— dijo tragando saliva. —Y la policía no hará nada. He decidido investigar su muerte por mi cuenta.

—¿Tienes alguna teoría de por qué lo mataron?

—No es exactamente una teoría. Carlos estaba de vacaciones en casa cuando pasó. Después del entierro entré en su habitación y anduve revolviendo sus cosas tratando de hallar una explicación. Todo era absurdo. ¿Por qué alguien quitaría la vida a alguien tan joven e inocente? Encontré esto— era una fotografía muy borrosa que Sveta no supo identificar.

—¿Qué es?— preguntó Sveta.

—Lo supe por esto— le indicó unas letras apenas legibles en la parte inferior de la foto. —Es un monitor de ordenador. Estos signos de aquí forman parte del logotipo de LG. Según parece, es una ampliación de la esquina inferior derecha del monitor.

—Sí, ya veo. Pero, ¿qué tiene de extraño?

—En el cajón de donde saqué esta había decenas similares. Todas eran de monitores de diversas marcas, con sistemas operativos dispares, fondos distintos. Tan solo una cosa permanece inalterable en todas ellas— señaló una especie de icono fuera de lugar en la bandeja del sistema. —Es esto.

—Parece una mancha. ¿Qué piensas que puede ser?— interrogó Sveta.

—¿No lo ves? Pues esta es la mejor foto de todas. Al menos eso creo. Se trata de una diminuta llama de un verde desvaído, casi transparente. ¿Habías visto algo como esto antes?

—No. Es decir, creo que nunca lo había visto.

—¿Estás segura? Piensa. Es muy importante.



De repente le vino a la cabeza la bulla que había tenido lugar entre sus compañeros minutos antes.

—Espera... Hace un rato, creo que algunos de nuestros compañeros estaban bromeando al respecto de una llama verde. En ese momento no les prestaba atención, pero estoy segura de que mencionaron una algo así. También decían algo de un virus.

—¿Aquí? Es curioso y al mismo tiempo preocupante. Lo más raro es que yo sí la había visto antes. Aparece en las capturas del Galileo. Sigues revisando los registros del RCS, ¿verdad?

—Así es.

—¿Te importa que veamos tus capturas de pantalla?

—No estoy segura de encontrarle sentido a todo esto, pero vamos antes de que vuelvan todos y tengamos que dar incómodas explicaciones.



No les costó más de un minuto volver al ordenador de Sveta y mirar algunas capturas. Al principio ella no veía nada raro, pero un estudio más cuidadoso reveló que la llama verde se hallaba presente en muchas de las capturas.



—Si es un virus, necesitamos saber cuándo apareció y a qué velocidad se propaga— pensó en voz alta David.

—Un momento— repuso Sveta. —Si configuramos la matriz de reconocimiento visual con el diseño de la llama y le pedimos a la base de datos que nos diga qué número de llamas verdes en capturas contiene por cada día desde, digamos... el mes pasado...— tecleó aprisa y esperó a que el sistema respondiera. La potencia de cálculo de los servidores del CNI era portentosa. En 30 segundos obtuvo resultados. —Para verlo mejor crearé una gráfica con todos estos datos.

—A ver... esto indica que el posible virus lleva activo desde hace unas tres semanas— calculó David.

—¡O Dios Santo!— exclamó Svetlana al contemplar la gráfica. La curva mostraba que la velocidad de propagación crecía exponencialmente.

—Sea lo que sea, Sveta, mataron a mi hermano por esto. Es algo muy gordo.

—Eso no podemos asegurarlo— dijo tajante Sveta.

—Espera. Aún hay algo que no sabes— arguyó David. —Mira la foto otra vez. No es muy grande, pero, ¿Ves esto?

—Parece una URL.

—Exacto. Era la URL de un foro que ya no existe. Bueno, en realidad aún existe, salvo que nadie publica ya nada.

—No me jodas, David. Temo siquiera preguntarte por qué.

—He invertido los pasados días en esto y me ha costado lo mío. Sveta. La razón por la que no hablan, es porque están todos muertos.

—¿Qué? —Svetlana no podía creerlo.

—No era un foro de los más concurridos, eran 56 miembros. Todos ellos muertos o desaparecidos.

—No puede ser. ¡Eso es una locura!

—Locura o no, ha sucedido. Esto es tan grande que no pueden tolerar que nadie lo sepa. Los del foro sabían demasiado para su propio bien.

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