sábado, 13 de enero de 2018

El caso de la llama verde (LV - I)


Ayer me encontré con Carlos, un amigo al que hacía tiempo que no veía.

Tan solo el año anterior habíamos pasado juntos todos los días en el instituto. Habíamos sido compañeros de mesa durante los años de instituto y casi todos los anteriores de colegio. Nuestra afición a la informática empezó hace muchos años, cuando sólo éramos unos niños. A decir verdad, fue Carlos quien me introdujo en ese mundillo. Desde entonces habíamos hecho pasar algunos malos ratos a más de un profesor, por nuestras fechorías. Algunas por descuido y otras por puro placer. Con el tiempo Carlos y yo más un ordenador fuimos sinónimo de problemas. Alguna hazaña que otra acabó en el despacho del director. Aquellas visitas al director de cuando en cuando, casi siempre los dos juntos, nos habían unido enormemente. Hasta el punto de hacernos inseparables. Pero tuvo que llegar el fin del instituto, y con ello nos vimos separamos en mundos diferentes con horarios incompatibles.

Carlos tenía muy claro que quería estudiar la licenciatura de informática en la universidad. Él siempre sacaba buenas notas a pesar de todo. Habíamos soñado largamente con estudiar juntos. Pero yo no quería desperdiciar mi tiempo estudiando cosas que no me interesaban y sabía que nunca sacaría tan buenas notas en todo como él. Finalmente decidí estudiar el módulo superior de informática. Este obstáculo puso nuestra amistad a prueba por primera vez. Nuestras decisiones nos habían separado y con los estudios resultaba más difícil quedar. En el fondo, cada uno de nosotros pensaba que el otro le había traicionado. Habían pasado unos meses, pero a pesar de todo seguíamos siendo los mismos amigos de siempre.

No era extraño, pues, que ayer nos pusiéramos a hablar. Y, puesto que la reunión no se prometía corta, decidimos tomar un café en ese bar. Estuvimos arreglando el mundo y repasando nuestras vidas. En esas estábamos cuando sobrevino un silencio espeso. Natural. Era la primera vez que nos veíamos desde nuestro desencuentro en el tema de los estudios. Había pasado relativamente poco tiempo y había ciertas cosas que nos incomodaban aún. No sentí que fuera el momento de volver a ello, así que decidí contarle lo primero que me viniera a la mente para cortar el hielo. Y tal cosa fue precisamente lo que me tenía ocupado en los últimos días.
—Hay algo que quería contarte —empecé. —Estos últimos dos o tres días he estado muy ocupado por un virus.
—¿Un virus? —preguntó con el ceño fruncido.
—Tiene que ser eso. ¿Qué si no? —hice una breve pausa y continué confuso. —Todo empezó anteayer... creo. Me llamó el vecino de arriba y me pidió que le hiciera una limpieza. Es soltero el hombre y siempre anda buscando nuevas experiencias... ya sabes, en cuanto a porno se refiere. No para de pinchar en cualquier imagen donde vea unas tetas, así que una vez al mes o así, su ordenador resulta infectado con tal cantidad de malware que resulta imposible de hacer nada provechoso con él. Subí a su casa y repasé los programas que tenía instalados. Había varios malware de esos que te muestran publicidad y también tenía uno que hacía minería de BitCoin. Sí, un programa hacía que su máquina tratara de encontrar BitCoins para que el autor del malware aumentara sus posibilidades de ganar pequeñas cantidades de dinero de vez en cuando. Le pasé el antivirus que detectó como 200 amenazas, aparte de las que ya le había quitado a manopla. Reinicié el ordenador un par de veces para asegurarme de que todo estaba bien y fue entonces cuando lo vi.
—¿El qué? —dijo mi amigo deseoso de que acelerara mi exposición de los hechos.
—Pues aquello. Precisamente la razón por la que te estoy contando todo esto. El quid de la cuestión.
—¿Y qué era? ¿Puedes ir al grano?
—De acuerdo ya llegamos. Mirando la pantalla percibí algo en un lugar imposible. Era como un icono del system tray (la bandeja del sistema).
—¿Y eso qué tiene de raro? —interrumpió Carlos. —¿Hay a quienes le gusta tener docenas de ellos? Ya sé que eso es poco eficiente, pero qué se le va a hacer. Hay cosas peores.
—Salvo que este no era natural. Los iconos del system tray tienen su propio espacio entre los demás. Este era muy raro, era de un color desvaído y transparente, y parecía superponerse en el resquicio entre dos iconos. A simple vista parecía una mancha de la pantalla— conforme avanzaba mi exposición de los hechos, la mirada de mi amigo se oscurecía, aunque él se empeñaba en no darle importancia con sus bromas habituales e interrupciones varias. —El problema es que no había tal mancha. Era algo dibujado. Como cuando dibujas algo utilizando directamente los modos gráficos y el acceso directo a memoria de vídeo, saltándote las llamadas al sistema de Windows. Decidí utilizar la lupa de Windows para tratar de determinar qué era aquello. Para mi sorpresa, cuando acercaba la lupa a esa zona de la pantalla, el icono misterioso no estaba. Se esfumaba.
—Con toda seguridad es una mancha que al tratar de enfocar con la lupa de Windows no aparece, puesto que la ampliación no tiene lugar en la misma posición de la pantalla donde está la mancha.
—¡Venga hombre! ¿Crees que si fuera eso te lo estaría contando? Deja que termine mi historia.
—Está bien... Termina tu historia.
—Pues resulta que mi vecino tenía un recuerdo de su abuelo. El hombre estaba casi ciego y utilizaba una gran lupa para leer. Tomé prestada la lupa y traté de mirar aquello...
—¿Y qué era?
—Yo diría que era fuego... Una especie de llama diminuta... —Carlos volvió a fruncir el ceño y terminó mi frase.
—¿De un verde pálido? —Por la expresión de mi amigo comprendí claramente que él ya se había topado antes con lo que para mi era nuevo y totalmente desconocido. Miró a nuestro alrededor intentando disimular su preocupación. Pero, en el bar, a esa hora de la mañana apenas si había alguien. Aparte de nosotros, un vejestorio leyendo la prensa en la otra punta del bar. El mismo viejo que al entrar habíamos visto fumando en su pipa afuera.
—Tú sabes algo de todo esto. ¿Verdad?
—Baja la voz —dijo mi amigo en apenas un susurro. Luego disimuló volviendo al tono habitual. —No es nada. Ve a cobrar por tu trabajo y olvídate del asunto.
—Espera. No termina ahí la cosa. Eso que te he contado fue anteayer por la mañana. Por la tarde me avisó el vecino del tercero y antes de empezar siquiera a hacer mi trabajo no pude menos de detectar la misma irregularidad en su ordenador. La llama verde estaba allí en el mismo lugar con los mismos colores ominosos. Y no termina aquí la cosa. Ayer ofrecí gratis mis servicios a toda la vecindad para poder verificar sus ordenadores. Resulta que todos sin excepción tenían la llama verde desvaída en la esquina inferior derecha de sus pantallas.
—Es mejor que no sigamos hablando aquí —cortó mi amigo. Pagamos y nos fuimos a dar un paseo.
—Desde luego, veo que sigues con tus manías persecutorias —dije. —Como siempre—. Carlos me miró con esa mirada suya de silencioso reproche que siempre lograba ablandarme.
—Está bien, vayamos a dar un paseo. Todavía queda lo mejor. Ayer después de pasar toda la mañana atareado con los vecinos, volví a casa a comer y después me apeteció ver un episodio de una serie que estoy siguiendo ahora. Conecté mi ordenador y esperé paciente a que arrancara. No tardó mucho en mostrarse el escritorio— hice una pausa dramática. —Casi me caigo de culo cuando descubrí que allí, en la esquina inferior derecha de mi pantalla, estaba la llama verde.
—¡Tu ordenador también! Jajajaja—. Me sentó muy mal que se riera de mi y le dirigí una mirada llena de furia y al mismo tiempo de orgullo herido.
—Tranquilo... No te pongas así— trató de aplacarme. —Tú también te vas a reír cuando sepas la tontería que es. ¿Llevas el móvil encima?— Me quedé pensativo un momento sin ver la posible relación entre lo que yo le había contado y su pregunta.
—Sí. ¿Por qué? —repuse extrañado.
—Déjamelo un momento. A ver... —Hizo unas búsquedas hasta que finalmente encontró un artículo que me dio a leer.
—¿Así que todo esto es por ese parche del meltdown? ¡No me jodas que han puesto la llama verde esa tan mal hecha para dar a entender que el microprocesador está protegido contra ese fallo!—Iba a reírme también. Me quitaba un peso de encima tremendo y una risa o dos me sentarían de maravilla. En eso estaba pensando yo cuando, con la mirada seria, extrajo un papel de su bolsillo y me lo enseñó con cuidado de que nadie más se diese cuenta. 


NO HAGAS NINGUN GESTO RARO
NOS ESTAN ESCUCHANDO


Entonces volví a mirar su mano y me percaté de que tapaba la cámara delantera del móvil con el dedo pulgar y la trasera con la palma. Y entonces caí en la cuenta de lo que pasaba. Lo del parche había sido solo un subterfugio para despistar a nuestros escuchas. Mi móvil estaba también infectado por el virus de la llama verde. Probablemente estaba grabando toda nuestra conversación y retransmitiéndola. Y eso no era todo. A través de las cámaras podían estar observándonos, quienesquiera que fueran los autores del misterioso virus. Traté de conservar la calma y de poner cara de póquer. Pero esa nueva información me suscitó nuevas preguntas. Tantas que no sabía por donde empezar. Pero opté por aguardar pacientemente. Interpretamos nuestro papel lo mejor que pudimos. Intentamos hacer pensar, a quienes nos estuvieran escuchando, que aceptábamos esa explicación del parche del fallo meltdown; y volvimos a hablar de las cosas insustanciales propias de nuestra edad. Ya habría tiempo para respuestas. O eso pensé yo.

Habíamos quedado en vernos esa misma tarde, esta vez iríamos sin móviles. Cuando nos despedimos, la sonrisa de Carlos prometía una detallada explicación de todo cuanto estaba ocurriendo. Con esa tácita promesa nos separamos. Solo que Carlos nunca acudió a la cita. Le estuve esperando por más de una hora en el atrio de la iglesia de nuestro barrio, lugar que habíamos establecido para ese encuentro. No apareció.

Al día siguiente lo encontraron muerto en un maloliente callejón. Alguien le había apuñalado en el ojo con un fino estilete, llegando hasta su cerebro.

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