miércoles, 28 de diciembre de 2016

Capítulo VII: En el refugio

—He desactivado el sistema de iluminación automático. Sin esa precaución, esta sección se iluminaría como el barrio de Akihabara. Con este abandono patente, ignoro si de verdad mandarían a alguien a ver qué pasa. Pero no pienso correr riesgos con esos dos servidores buscándonos. Aunque fuera verdad eso de que iban a buscar una posada, que lo dudo.
—Entonces, ¿esos hombres eran servidores?
—Sí. Espera. Encenderé la linterna. Aquí podemos hablar mientras caminamos, si quieres.
—Sí, por favor —sólo se veía el suelo que pisábamos, pero ardía en deseos de saber.
—Empezaré por lo más importante. Mi misión era interceptarte mucho antes de que llegaras a Nueva Hakone. Por desgracia me resultó imposible llegar hasta que fue demasiado tarde. Te vi hablando con el oficial y no tuve más remedio que esperar a ver qué ocurría.
—¿Misión? ¿Qué misión? ¿Para quién trabaja? ¿Qué le retuvo? —Tenía un mar de preguntas en mi mente que no me dejaban pensar con claridad.
—¿Aún dudas de mi intención? —El hombre se detuvo donde estaba y tras lanzarme una mirada profunda prosiguió hablando. —No me extraña. No hemos tenido la oportunidad de presentarnos como es debido y mucho menos de hablar. He sido rudo contigo, pero espero que comprenderás que era necesario dada la situación. Tengo mucho que decirte y temo que no haya tiempo para contártelo todo. Pero si te parece empezaremos por el principio. Mi nombre es Roth. Encantado de conocerte.
—El mío es Hayato. Encantado —ambos nos inclinamos a modo de reverencia.
—En cuanto a mi misión y para quién trabajo, por ahora sólo puedo decir que soy un viejo amigo de tu madre. A ella le hubiera gustado hablarte de mi pero, por seguridad, prefirió no hacerlo. Más adelante lo entenderás todo. Has corrido un peligro innecesario por ello y las consecuencias aún te perseguirán por un tiempo, pero ahora únicamente podemos aceptarlo y actuar en consecuencia.
—¿Amigo de mi madre? ¿Y cómo puedo saber que no miente?
—Tu madre y yo sufrimos el mismo destino. Fuimos expulsados de la Torre Blanca y nuestros nombres borrados de la lista de los editores. Según la ley, cada uno fuimos llevados a nuestro país de origen. Yo a Alemania y ella a Japón. Pero antes de eso juramos reunirnos un día. Yo he sobrevivido como he podido todos estos años. Ella cayó enferma y tuvo la suerte de que la encontrara tu padre. De cualquier forma, hace unos años logramos contactar y desde entonces he permanecido en Nueva Tokyo a la espera. Sabíamos que tendrías dudas. Por eso, antes de tu salida, Tomoko me pidió que guardara esto.

Se trataba de un camafeo que yo le había visto llevar siempre colgado del cuello a mi madre. Lo llevaba bajo las ropas, pero en multitud de ocasiones se lo había visto. Una vez, entré a hurtadillas en su habitación cuando estaba en la ducha y lo vi brillar encima de su tocador. Preso de la curiosidad me acerqué a él y lo abrí. Dentro había una foto de mi madre con un hombre que, yo siempre había pensado, era mi padre. Ahora que lo tenía de nuevo entre mis manos, miré de nuevo la foto. El hombre que posaba junto a mi madre no era otro que Roth. Ambos me sonreían desde el pequeño retrato. No cabía duda. Además vi algo que terminó de derribar por completo el muro de desconfianza que había levantado en torno al desconocido. Aquel día, de niño, mi madre salió del baño antes de lo que yo esperaba y me sorprendió con su colgante entre las uñas. No me reprendió por ello, pero la sorpresa hizo que se me escurriera de las manos y fuera a dar contra el suelo. A consecuencia de ello sufrió algunos arañazos. Los mismos inconfundibles arañazos estaban allí delante de mis ojos, recordándome aquel suceso de mi niñez. Después de unos instantes logré cerrar la boca y permanecí mudo de asombro. No pude evitar sentir una infinita gratitud hacia mi madre. Nunca había pretendido dejarme solo. Me había dado un compañero, quizá un tutor. Pero en todo caso, un amigo y un protector. Le devolví el camafeo a Roth y seguí andando en silencio, con un nudo en la garganta. Aquella noche no fui capaz de articular más preguntas.

A unos cuatro cho1 de aquel vestíbulo destartalado, siguiendo por uno de los pasillos, encontramos refugio en lo que había sido una vivienda piloto. Encendimos un discreto fanal y nos echamos sobre el tatami. Ninguno de los dos hablamos. Yo tenía mucho que digerir. Me preocupaba que me persiguieran aquellos dos servidores, pero la razón de tal persecución no era difícil de interpretar. Hice algo mal o me propasé demasiado aquel día en la barrera. Por otra parte, Roth tan sólo podía intuir el motivo, al igual que yo.



Notas:
1. Cho: Unidad de medida tradicional japonesa de longitud, adoptada por los señores del comercio locales, que equivale a algo más de cien metros.

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