miércoles, 27 de noviembre de 2013

De la casquera con Frei Alfonso Luján en el atrio de la Ermita.

Al chico nieto de la Filomena, Camuñas, o el Cazuela para muchos de sus vecinos en la villa no se le daba mal entreverar en bocetos de dibujo sitios y cosas del pueblo. Unas veces se entretenía

en ello yendo a los lugares donde plasmar las líneas de lo que estuviera viendo, y en otras, de imaginación y recuerdo, los terminaba en ratos vacios en la huerta a la luz del día, o a veces
dentro de la casilla a la luz de los candiles. De ser caro el material de normal usaba papel que en la tienda de Ana Álvarez de Lara rara vez había, o conformabase con papel de estraza. De plumilla
ni pluma daba el de sí, si no que procuraba gastar en ello trozos de picón o tizones de sarmientos después hacer güera de gavilla.
El Día del Señor penúltimo de semana y de mes natural, al no tener mandao de la Filomena ni cosas de traer de la huerta, y de por ser jornada de precepto según se dicta para toda la cristiandad
romana, levantase el mozo con mucho sol, y después de varias horas de luz desde la amanecida. Dispuso los piensos de las mulas, y echando agua en el pilón anduvo, para almorzar una cata de
pan con azúcar al término de esas pocas faenas.
Misa se había dicho ya en la Iglesia Principal, la de a las horas del Ángelus. De ser que no se oían ruidos ni de carros ni de pasos de mulas. Y ni siquiera voces de los gañanes a los zagales. Supuesto la Ermita del Cristo quedaba situada a pocas varas de distancia de la casa, con volver la esquina del Hondillo a pocos pasos estaba en la puerta. Cogió una fina tablilla de madera, dos papeles sin señal, y tres tizones de sarmiento de vid con la intención de pasar la entretenida observando los muros de la Ermita y dar trazos y líneas, en su saber, a todas aquellas piedras, puerta y ventanas por la fachada principal de la misma. Dos árboles de mucho tiempo de vida, y de mucho hacer sombra se hallaban en el sitio, habiendo también tres poyetes de piedra de granito para hacer separación del atrio del camino, y que también valían para sentarse si se apetecía.
A casco fue allí y sin sombrero, acompañando la mañana en atmosfera y clima agradable.
De no llevar mucho rato sentado y en dedicación de dibujar, fue el llegar, que de casualidad sería, de Frei Don Alfonso Lujan y Cañizares. Del hábito de San Juan, y cura propio de la parroquial de la Villa Franca.
Hombre de garbo piconero y de andar de prisa, que parecerle que las leguas del termino de villa no se acababan nunca. Más, esos andares raudos no hacían sofoco en él. ¡Y como poder entender!, si contra más pasos ligeros daba a más sitios tarde llegaba. No era gordo ni flaco, ni alto ni bajo, pero voz fuerte si tenía. Que a veces en sus sermones a algunas parroquianas, y eso subido en el púlpito, asustaba.
A más, si señalaba con el brazo y el dedo hacia abajo. Que alguna buena mujer se recorría de sitio en el banco, por pensar que a ella señalaba.
-¿Te las traes de tizón en mano en estas buenas horas frente a la Ermita?,-Soltó el prior al muchacho en primeras voces.
-Ah, buenas señor Frei, susto casi me ha dado de no verle, ni sentir sus pasos de llegar hacia mí. A la sombra de estos árboles frondosos y oyendo los pájaros me estoy, procurando copiar a papel las líneas de esta hermosa ermita en mis entenderes, que maestro en arte no he tenido, mas interés pongo en ello, que no por quedar en belleza plasmada, si no por pasar el rato en tranquilidad y sin ruidos en este día del Señor a las cercanías de mi casa.
-No es cosa de disgusto en esto a que estas dedicado, pero de saber tienes, que para ello lecciones de arte con maestro sabio se ha debido andar antes. Que no cualquier cosa vale. En malos nervios me ando siempre que me llego y entro en esta ermita por causa de las pinturas que en su interior, en pared y techo, se hallan. ¡Qué de ocurrencia aquellos que lo pintaron! Si no fuera por sujetarme, y
por mi cargo, palabras mal dichas pronunciaran mis labios.
-Un poco tenso y de color tirando a más que anaranjado veo ponerse su rostro sin entender la razón de por ello-, contesto el nieto de la hortelana Filomena.
Sabido tengo que las pinturas de dentro fueron hechas por gente llana del pueblo y que de las del techo serian de alguien que tuviera más tiento, aunque solo fuera por estar tan altas para llegarse y de pintar sin caerse.
A mí, que no fuera fácil esta empresa que hicieron.
-¿Acaso te gustan las pinturas que en la ermita quedan dentro?
-Ya le digo que de las artes no estoy muy puesto, pero de los colores que tienen atraen a los feligreses al ver sus santos representados que de seguro al reunirles en su interior a la hora de las misas a usted a de alegrar y más en los momentos de los sermones que vos pronunciáis para ellos.-¡Parlamento! ¡Parlamento!..¡.Desde el púlpito se ve que se dedican a mirar las pinturas más que a escuchar lo que les digo!.
¡El embobe propio del vulgo!. ¿Para qué pronuncio las palabras si no están en ello las orejas?. Contrariado voy a causa de esto que hablo.
La puerta abierta queda de la ermita mientras me estoy en ella que de escritura mandado tengo contestar y rellenar preguntas para contar de las cosas que hay en esta villa por
encargo de Francisco Antonio de Lorenzana, nuestro señor Arzobispo. Y a ti, que de artista al parecer quieres andar te digo, que le tuvieron malo haber pintado todo el interior de obra tosca y
al fresco con figuras y florones, más propias de un coliseo, que es lo que representa, que de la seriedad de un templo en el que se halla colocada la milagrosa imagen del Santísimo Cristo de la Vera Cruz.
El chico no dijo ni pio.
Fuensenle las ganas de seguir en los dibujos de sopetón y mientras se encaminaba de vuelta a su casa se iba murmurando en media voz:

-Mejor estoy acompañado de las mulas, que ni rebuznan ni relinchan.

Por Domingo Camuñas 

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