domingo, 3 de noviembre de 2013

El entierro (Hombre sin nombre XIII)

El entierro de Ana María Porter fue una cálida mañana de principios de otoño. La mayoría de los asistentes lucían trajes negros, aunque algunos individuos destacaban especialmente por su extravagancia. Entre ellos estaba Emiliano Carmona. Llevaba un traje blanco impoluto con una manzana negra mordida a su espalda y parecía estar haciendo un seguimiento periodístico del entierro con un iPad igualmente blanco. Colgando de su brazo izquierdo, Bibiana Duque iba con una minifalda increíblemente corta también blanca. Contrastaba su top negro que apenas le cubría el ombligo y las tetas. Esta, aunque serena, no podía evitar repetidos e irritantes ataques de llanto; lo que la hacía vibrar entera, traspasando las mismas vibraciones al Carmona. «Ya estabilizaré la imagen con iMovie» -Pensaba, algo molesto. A izquierda y derecha, Emiliano, estaba flanqueado por numerosos amigos de la muerta, todos igual de estrafalarios que él o más si cabe. Algunos lucían en sus ropas manzanas mordidas negras, otros blancas y un tercer grupo las tenía de los colores del arco iris. Enfrente, más normales, estaban los compañeros de trabajo de la Señorita Pepis y varios miembros del cuerpo de policía, entre los que se encontraban el Super, el Piojo y Dany Trejo. Dany se volvió a mirar al Piojo levantando una ceja como protesta por el espectáculo que se desarrollaba ante sus ojos:

En el centro, presidiendo el evento, el ataúd blanco con una manzana mordida negra en lugar de crucifijo. Un tipo con una túnica negra decorada con manzanas blancas, el pastor apeliano, realizaba una extraña danza alrededor. A una orden suya, dos esbirros abrieron el ataúd dejando el cuerpo de la Pepis al descubierto. Los acólitos presentes se arrodillaron al instante. El único que permaneció en pie fue Carmona, para seguir registrando el evento. El sacerdote recogió un iPad de una mesa que había dispuesta con varios productos de Apol y acercándose al ataúd lo depositó entre las piernas del cadáver. Luego volvió a la mesa y esta vez recogió un iphone sin desprecintar.
-¡Aunque te han robado el tuyo, no podíamos enterrarte sin el icono más sagrado de nuestra religión! - Y habiendo dicho eso, se aproximó al cuerpo y depositó el iPhone sobre el pecho. Volvió una tercera vez a la mesa. Sólo quedaba un iMac.
-¡Puesto que no has de usar más este iMac en este mundo, que a nadie más se le permita profanarlo! - Cogiendo un martillo de manos de un esbirro atento, lo estampó en mitad de la pantalla causando grande destrozo, no obstante propinando un segundo golpe y un tercero, y una sucesión más, hasta que no quedó apariencia de ordenador sobre la mesa. Entonces el pastor se apartó de la mesa, y formándose una fila de acólitos, iban cada uno cogiendo un trozo de iMac y depositándolo en el ataúd como muestra de respeto.

Dos o tres filas de lápidas atrás, asistían conmovidos Rhyst y su grupo. A decir verdad, de lejos parecían conmovidos, pero hay quien dice que al acercarse no eran llantos lo que emitían, sino que el subir y bajar de hombros se debía más a la risa que les producía aquél esperpento de funeral.

Cuando todos los acólitos hubieron dejado su fragmento del iMac, dos esbirros se agacharon a coger la tapa del ataúd. Fue entonces cuando se oyó una detonación. Todo el cementerio se quedó en silencio. Emiliano Carmona cayó con estrépito. Bibiana a su lado vió el agujero en la chaqueta de Emiliano y al comprender lo que pasaba sufrió un movimiento intestinal tan fuerte que la mierda se escurría por sus piernas. Entonces sobrevino la segunda detonación y con ella una lluvia de fragmentos de mármol volaron sobre los asistentes. A partir de entonces todo fue confusión. Los policías fueron los primeros en escabullirse del cementerio. Los apelianos que no tenían experiencia en esos casos corrían en todas direcciones, confusos. Uno de ellos tropezó contra el ataúd y se lo llevó por delante. El cadaver de Ana rodó por el suelo y acabó espatarrado contra un árbol, como si estuviera bailando en una barra una danza macabra.

Sentencia disparaba a placer entre las lápidas, a pecho descubierto.

Al contrario de lo que pasa en el cine, casi nadie llevaba una pistola encima. Tan sólo Dany llevaba la suya. Normalmente uno no va a un entierro armado, por muy policía que sea. Protegido tras una tumba, Dany escuchaba intentando adivinar el origen de los tiros. Con tantas lápidas era imposible ver quién disparaba. No le costó mucho comprender los primeros tiros habían sido empleados para desalojar el cementerio. Ahora que había menos gente tenía una visión clara de su verdadero objetivo: los hackers. Estos se habían quedado porque uno de ellos había resultado herido. Dany Tenía un mapa del cementerio en su cabeza, con él y su oído logró hacerse una idea bastante precisa de donde estaba el tirador. Despreocupándose de su persona, fingió tener la intención de salir corriendo del cementerio como los demás, pero en cuanto hubo cruzado la calle principal del mismo, se escondió tras otra tumba y logró llegar a donde estaba Rhyst. No había tiempo. Debía abatir al tirador antes de que saliera herido alguien más. Por lo que había observado, el hombre tenía un pistola semi-automática. Si su vista no le engañaba, probablemente era una Five-seveN. Esperó a que recargara y entonces devolvió algunos disparos. Se produjo un intercambio de tiros de dos minutos que pronto se interrumpió.

Sentencia no estaba acostumbrado a tanta resistencia y prefirió salir con vida para intentarlo otro día. Así que saltó el murete del cementerio.

Dany corrió tras el tirador pero desistió al oír el ruido de la moto que se alejaba a gran velocidad. A su vuelta le recibieron las miradas sombrías de Rhyst, Roberto, arrodillados junto al cuerpo de Hereje27. Furgonetero se había retirado un poco para pedir una ambulancia. Dany oyó un ruido a su izquierda y miró en esa dirección. Por la calle central del cementerio, una Bibiana con la medias sucias, andaba con lentitud y discreción hacia la salida.

Dos horas después de producirse el tiroteo, Emiliano Carmona se despertaba solo en el cementerio. Se levantó con dificultad y trató de adecentar su ropa que se había llenado de polvo. Al agacharse vio algo que le hizo llorar como un bebé: su iPad yacía hecho trizas a dos pasos de distancia. Parece ser que al desmayarse había ido a caer contra una piedra, para desgracia de su propietario. Dejó de llorar cuando al seguir repasando sus ropas notó el agujero de su chaqueta. Buscó en el bolsillo interior y sacó un iPhone 5S destrozado con una bala incrustada en su centro. Su iPhone le había salvado la vida al detener una bala perdida que probablemente había rebotado en alguna tumba. Pero ello no le consolaba, así que pronto unas velas verdes asomaron de su nariz al tiempo que las lágrimas manaban abundantemente de sus ojos tras sus gafas de pasta. «A ver cómo convenzo yo a mi mujer de que tengo que renovar mi ecosistema de Apol» - Pensaba llorando de rabia y de tristeza a la vez.

Cuando Emiliano se hubo rehecho y quiso abandonar el recinto, se topó de lleno con la realidad. Hacía horas que habían cerrado el cementerio. Así que abrazado a los restos de su iPad y con su iPhone roto en el bolsillo, pasó la noche sentado con la espalda apoyada en un árbol. A la mañana comprendería con horror de donde venía el fétido aroma que había notado toda la noche.

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