Estandose
en la huerta, el nieto de la Filomena, vio venir en concurrencia a
varios hombres del pueblo. Llegados cerca de la casilla, saludó el
mozo a la afluencia, pensando en su cabeza que extraños menesteres
se habían de traer los mismos, subidos en mulas y con herramientas
propias de cavar.
Descabalgados,
pidiendo permiso, dieron agua a los animales. Gente de la justicia y
otros vecinos, conocidos por Cazuela, eran los presentados que se
acudían a la presa del molino de Esteban Fernández.
-Notables
son los hombres que han venido-. Dirigiéndose el de la Filomena a
Ruy Mimbarrejón, por más confianza. -Remedio último es el que nos
traemos-. Dijo Ruy-. En días pasados me detuve en esta huerta, si
recuerdas, viniéndome de la zona de la reja del río Ciguela. De
vigilar el estado del cauce del mismo era mi comprobación. Múltiples
quejas en documentos escritos se han enviado a las justicias
concernientes, sin haber recibido respuesta alguna. Mucha fatiga es
esta, la de acudir a la jurisprudencia de la ley, sin ser atendida la
causa justa que dicen que amparan. Harto se haya el pueblo y su
consejo con este proceder. Los del molino harinero de Esteban
Fernández, el que queda frente a la reja, tapado y desviado tienen
el río, cortando sus aguas, llevándolas al propio molino suyo, sin
dejar ni una gota a las lagunas y la dehesa, ni discurrir las propias
por la madre del rio. La pertenencia del término es de Quero,
regentes son de Alcazar, y amos los de Consuegra. No aviniéndose a
las justas demandas, el único socorro es el que nos procuremos
nosotros a una. Allá nos vamos, con estos que conoces, Alonso
Hernández, con los regidores, Hernán Vázquez y Rodrigo Manrique y
los alcaldes, Francisco Martínez y Diego de Torres, a romper la
presa del molino, para que el agua discurra por su curso natural,
vierta al caz, y llene las lagunas. Así ha sido desde inmemorial
tiempo, y razones honradas nos asisten. Letrados nos llaman, en
disimulo, los de esos pueblos; más la ignorancia les hace torpes, si
no alcanzan a saber que ya Enrique III dictó en legislación,
mandando que cualquier Concejo o persona particular, que cerrare o
embargare las canales y los ríos, que entran en los términos de las
ciudades y villas fueren sancionados en su justa condena. No habiendo
riña, antes de las vísperas será nuestra vuelta por este camino.
Si más tarde apurados nos viéramos, hacer noche y quintería nos
complacería hacer en tu casilla.
-Obligado
y complacido quedaría, y a seguro que mi abuela no pondría
impedimento. A resguardo se estarían, las mulas en la corraleta
contigua, con pienso, cebada, y agua para cada una-. Contestó
Cazuela-.
Partieron
todos estos hombres hasta el molino harinero de Alonso Díaz,
propietario del mismo, con pocos hablares. Desde la hora del ángelus
hasta llegadas más allá de las vísperas cavando y sacando tierra
anduvieron sin apenas detenerse en la labor. Trocaron todo el
taponamiento de la presa hecha por los molineros, hasta dejar el
cauce propio del rio en su estado innato, sin dejar que los
sirvientes de Pedro Díaz, hijo de Alonso Díaz, metieran baza por
ser menos que los de la Villa Franca, viendo que cuenta no les traía
buscar pendencia.
Escondido
estaba ya el sol, cuando resolvieron volver al pueblo. Estandose de
regreso, retornaron por sus pasos de nuevo hasta la huerta de la
Filomena.
El
nieto, tal como había hablado con Ruy por la mañana, continuaba en
el lugar, con la mula “Carbonera” entrada en la cuadra de la
casilla.
-De
noche se ha hecho, Ruy-. Saludó a los que retornaban.-
-Apurados
nos hemos estado hasta dejar que el agua del río corra otra vez por
el caz-. Respondió al saludo Alonso Hernández, siempre al lado de
su compañero Mimbarrejón.-
-Las
mulas descansadas se encuentran, más nosotros, rendidos hemos
ultimado-. Habló Diego de Torres, el otro alcalde ordinario-. Más
amparados quedaríamos si pasamos noche aquí, que descanso necesita
mi figura. -Quédense como en su casa, procuren agua a las mulas, y
si de comer es su apetencia, tomen lo que precisen de las matas de la
huerta, que tres panes de kilo y cuarto hay adentro-. Invitó
Cazuela-.
Dicho
y hecho, instalando a los animales en el corral, se aposentaron
dentro de la casa de la huerta, unos en los camastros, y otros
recostados en las albardas y aparejos. Diego de Torres como un sopón
quedó con tentar el jergón, a la vez que Hernán Vázquez y Rodrigo
Manrique. Los demás, en casquera anduvieron un rato junto a la
lumbre del fogón echando unos tragos de vino.
Estaban
todavía las estrellas en el cielo y todos dormidos, cuando la puerta
de la casilla pareciose que iba a abatirse al suelo.
-¡Por
la vida del matacandil!-. Clamó sobresaltado Cazuela-.
-¡Abran
la puerta a la Santa Hermandad!-. Se advertía fuera de la casilla.-
-¡Por
el Santismo Cristo de Santa Ana y mi otra abuela Dorotea!, ¿¡qué
es esto?!.- Voceó el de la huerta.- ¡Rayos de barriga y zangarriana
me entrarían de no estar acompañado de la justicia y los otros
hombres!-. ¡Voz de cuadrillero de quien sea, si de verdad son los
mangas verdes quienes llaman!.
-¡Raudo
abran la puerta los que dentro se estén a la obediencia de
Melquiades Fernández de Avilés!-. Gritó el jefe cuadrillero-.
Descerrojó la entrada a la casilla el nieto de la Filomena
atendiendo el requerimiento de los que aporreaban.
-¡Tente
quieto, y los terceros quédense sin remover, al sometimiento de la
“Santiaga”!-. Ordenó Melquiades avisándoles del buen filo de su
espada-.
-¿Otra
vez, señor cuadrillero, nos encontramos?. ¿A qué estas voces y
proceder en esta huerta?.- Preguntó Cazuela-. -¡Sejate mozo
aguardando sin entorpecer la indagación de la Santa Hermandad!.
Mandamiento de detención traigo en documento extendido por los
alcaldes y del Regimiento de Alcazar. A fe, que la búsqueda no ha
sido en vano de encontrarme aquí a tantos presentes y tan cerca del
sitio de la fechoría cometida.
-¡Tente
cuadrillero a los regidores y alcaldes de la Villa Franca!-. Procuró
Francisco Martínez-. ¡Justicia y hombres buenos del pueblo somos!.
-¡Será,
más la única ley ahora está en la captura y encierro de los
culpables del delito, hasta que la justicia de Consuegra manifieste
lo contrario!-. Silenció Melquiades-. ¡De camino!-.
-¡Qué
desmán!.- Dijo Cazuela-.
-¡Tú,
también, de camino!-. Sentenció el de la Santa Hermandad-.
Por Domingo Camuñas.
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