Navarapida |
-¿
Cerraste la puerta de la casilla?. - Iba preguntando la hortelana
Filomena al mozo Cazuela yendo por camino Villacañas-.
-
Si, le di dos vueltas a la llave.
El
anochecido sereno dejaba ver la puesta de sol. Subidos venían en el
carro tirado por la mula "Carbonera", con algunas cestas
lleniticas de tomates, judías verdes, alcachofas y algunos melones
chinos de lengua pájaro. Aquel día, se habían estado en la huerta,
mientras la Isabel, madre de la Filomena pasando la jornada se anduvo
por la casa del Hondillo y la plaza del mercado por ser jueves.
Cazuela
y la hortelana por la tarde estuvieron dedicados en regar las eras y
tablares de la huerta, habiendo dejado llena la arqueta de agua
sabiendo del gusto de los que por allí pasaban de dar de beber a las
mulas y borricos.
-Todavía
no me has contado de los que estuvieron aquella noche de casquera
sobre escritura en el mesón de la Chela...- Volvía a la plática
Filomena-.
-
Na... Bien... Allí estuvimos.- Explicaba el chico-.
-
Una vecina de la calle Tahona estuvo en casa a por tomates en sal..,
contó que debiste rondar mucho..
-
Unda.., na..
-
Y que saliste de casa de la vecinilla de la tienda muy temprano, o
muy tarde, según se mire el sol..
-
Na...
En
este converse estaban, pasando a la altura del palomar de la tía
Pilar de "Cuatrojos", mientras la mula movía las orejas
tiesas de un lado a otro y el carro continuaba su traqueteo por el
hondo del camino. El mozo sacó de entre el retrotero de la cesta, la
faca, un tomate y pan para hacer merienda, con los pensamientos de
aquella noche que paso con los notables hablando de escritura.
En
los árboles del palomar unos cuquillos se apareaban ajenos al paso
del carro.
De
pronto, la "Carbonera" dio un espanto poniéndose en
manillas y rechivando las orejas hacia atrás. Dos hombres
aparecieron detrás de las escamploneras del acirate dando gritos de
alto y someterse a sus navajas.
-
¡Sin moverse¡, ¡Quietas las manos¡-. Gritó uno de los dos
asaltantes con la jeta embozada en un tapabocas. ¡ La bolsilla!.
Obligó
a sentarse a la buena hortelana mirando en dirección contraria a
donde estaba el salteador, y poniendo la navaja en el cuello del mozo
nieto le apremiaba a bajar las cestas de tomates y melones del carro.
Entretanto, el otro bandido, desuncía la mula de forma desmañada y
cerril.
Como
si no hubiera pasado un relámpago, los malhechores dejaron atados a
la rueda del carro a los de la huerta, colgaron y ataron las cestas a
unas mulas escondidas detrás de las retamas, y huyeron llevándose
la faltriquera de la Filomena, la hortaliza y la mula "Carbonera".
Sujetos
a los radios de la rueda, junto al horcate, la entremantilla y los
arreos, estuvieron más de dos horas la hortelana y Cazuela, que casi
cae la noche.
Ventura
hallaron del paso del tío Sebastián, el de la Dorotea de "Raba",
que aquella noche no quiso quedarse de quintería, y venir por el
mismo camino, dándoles encuentro.
-!
Santo Cristo Santa Ana ¡..., Filomena, ¿qué es lo sucedido?, ¿
cómo esta tropelía que me hayo?..
-
Asaltados y robados hemos sido por dos bandidos a cara cubierta. A
espeje de faltriquera y mula nos han dejado..
-
Sin tiempo a salir corriendo se abalanzaron sacando navaja. - Dijo
Cazuela-.
El
buen hombre desató a los dos, ayudándoles a incorporarse y tenerse
de pie. - A fe que se han llevado la mula-, observó Sebastián-.
Mejor será que nos aliviemos y acudamos a dar cuenta en el Concejo
de este ataque.
Uncieron
la mula, que en una subido había llegado el de la Dorotea, aunque
muy prieta en los arreos de la "Carbonera", y dispusieron
marcha hacia el pueblo, en intención de poner los hechos en
conocimiento de la justicia.
El
farol del Concejo encendido estaba ya, cuando se arrimaron a la
puerta, hallándola cerrada. Cazuela dio varios golpes con el aldabón
confiando que el Alguacil estuviera en su puesto. Presto, casi al
momento, abrió la entrada el propio, preguntando a que esas horas se
presentaban a la municipalidad.
-Con
un caso nos llegamos-. Manifestó Cazuela, dando cuenta del quid-.
-¿Qué
suceso es el acaecido?-. Cuestionó el de la justicia-.
La
hortelana Filomena, el mozo, y el tío Sebastián, que en
acompañamiento seguía, refirieron los hechos con gran detalle.
-
Incumbencia impropia me resulta a las facultades que tengo en
encomienda-. Contestó Liberato Pérez, habiéndose dado la peripecia
en un camino-.
-
Y, pues, ¿a qué justicias nos debemos ir en auxilio?-. Interpeló
Sebastián al propio-.
-
A la Santa Hermandad-. Contestó de primeras.
-
Conozco a Melquiades, jefe cuadrillero, que acudió con los suyos la
noche en que a usted mismo detuvo en el mesón de La Chela-.
-
¡No mal hables mozo delante de gente!. Gruñó el Alguacil-. Más,
veamos, acta de denuncia escribiré haciendo constar la cuestión,
que el alcalde vea mañana y él mismo de curso de averiguar sobre el
acto cometido contra vosotros. A las segundas luces del día que
viene, que el muchacho vuelva a este Concejo para terminar
procedimiento. Ínterin, haré llegar aviso al jefe cuadrillero, para
el mismo argumento.
Cazuela,
que se estuvo durmiendo en el camastro de la cuadra, hizo aseo,
almorzó una rebanada de pan con aceite y tomate, y habiendo echado
un trago de giniebla se encaminó otra vez a la casa del Consejo por
la Calle del Cristo, fijándose en que los luceros hacía ya tiempo
que habían huido.
A
la entrada de la casa consistorial, topó con el Alguacil, que le
hizo pasar hasta donde estaban los regidores y alcaldes ordinarios,
junto con el jefe cuadrillero Melquiades y uno de sus hombres. Los de
la justicia viendo entrar al nieto de la Filomena, y habiéndose
leído lo escrito por Liberato Pérez en atestado después de las
vísperas, quisieron escuchar nuevos elementos sobre lo acaecido en
el camino de Villacañas.
-
Dos hombres consta que fueron los que os salieron al encuentro,
robándoos las pertenecías y mula del carro-. Habló Melquiades-.
¿Conociste a alguno de ellos?-.
-
Tapados llevaban los dos el rostro con sendos pañuelos-. Contestó
Cazuela al cuadrillero-.
-
¿ Su estatura aparentaba alta o baja, gordos o flacos?. ¿Hallaste
falta, tara o lunar en los asaltantes?-. Volvió a consultar
Melquiades-.
-
Poco hablaron, y a bramidos. El que dispuso la navaja en mi gollete
tan alto como vos parecía, y de figura galga. El otro, que
desaparejó a la “Carbonera” llegabale a los hombros, y los
andares eran de pata de collera-. Enteró el mozo-.
-
¡Por los clavos de Cristo!, ¡réprobos sujetos, que no me son
ignorados por sus fechorías!-. Vociferó el de la Santa Hermandad-.
-
¿Acaso son conocidos?-. Interrogó Hernán Vázquez-.
-
Presos, de muchos asaltos y males creados, han estado. El mozo ha
dado en la esencia sin tener erudición sobre los maleantes.
-
¿A qué tenor?-. Interpeló el alcalde Diego
de Torres-.
-¡”Patas
de Collera”!, ¡Si es su remoquete!-. Exclamó Melquiades-. ¡Sin
torcedura por el camino con ellos daré!. ¡Una me deben!. ¡Jurado
tengo por esta cicatriz en el brazo siniestro, que un día
compensaran!. Esta señal llevo imperecedera, de una noche que a
traición me sorprendieron sin la “Santiaga” camino de Talavera…
Este,
y “Pichaencoge”, acostumbran abordar en los caminos y en ventas,
refugiándose en la Sierra de Madridejos.
-Ea,
no hay más que hablar, a mi cometido me encomiendo, que antes que
tarde, de una golpalá de la “Santiaga” estarán apresados. A
favor del aire solano parto con mis hombres.
Los
de la justicia en sus quehaceres quedaron, el nieto de la Filomena
regresó al Hondillo dando crónica a los suyos, y Melquiades, con su
cuadrillero José Fernández Gracia, el de la pierna quebrada, en el
mesón de La Chela hicieron parada para llenar de andorga esperando
al otro compadre, Saturnino Malasaña.
Atardeciendo,
habiéndose echado la siesta para rebajar el mojete y los tragos
licor de hollejo, partieron cruzando los charcos de la calle La Vega,
hasta llegar a camino Villacañas, en busca de “Patasdecollera”,
“Navajarápida” y “Pichaencoge”.
Subidos
en un caballo y dos mulas, pasándose estuvieron por casillas y
quinterías, registrando las cuadras y corraletas, interrogando a
gañanes y mayorales si por un casual hubiesen tenido tropiezo con
los bandidos, de cerca o de largo.
Sin
haber dado huella de los malhechores, Melquiades guiado por su
olfato, decidió hacer cambio en su averiguación. Puso rumbo, con
sus cuadrilleros, al Calaminar.
Transcurrieron
las horas laudes, prima y tercia, y siendo casi el tiempo del
ángelus, se presentaron en la aldea. Los campesinos andaban en sus
faenas por los campos cercanos, menos una mujer que lavaba ropas a la
vera del pozo. A ella se condujeron preguntando por “Pichaencoge”,
por cuyo lugar dejabase ver, huyendo de las justicias en abusos
cometidos por el mismo otras veces. Ella era, Carmen Gómez, de la
quintería de Atanasio Beteta.
-Provechoso
día tenga buena mujer-. Cumplimentó Melquiades-. Recelo no halle en
esta cuadrilla. Gente paz somos, que en busca de salteadores nos
andamos. ¿Ha acontecido algún hecho extraño por este lugar, o
acaso, ajenos a estas quinterías ha visitado?.
-
Mis ojos y orejas, que hayan visto o escuchado, no-. Contestó la
moza.
-Preferible
es entonces, si en sosegadas horas han transcurrido. Batida daremos
en los contornos, mientras cae la noche. Que a no ser que mi instinto
falle, a fe, que volveremos. Más, no narre de este encuentro con los
cuadrilleros de la Santa Hermandad, que hasta los pájaros volanderos
llevan revelaciones a quien no debe.
-Marche
la justicia sin recelo-. Concluyó la mujer el diálogo-.
Alejados
más de una legua, Melquiades y los suyos se detuvieron en el Camino
del Infierno. Sacaron los saquillos, sentándose en un acirate con
pensamiento de tomar bocado y sosegar la sequedad de garguero.
Partieron un pan de kilo y cuarto, repartiéndose medio queso de
mucha fama, procurado en casa de La Nona de Villa Franca, lechería
honrada, donde las medías invariablemente se respetaban.
Fueron
a las cuatro de la madrugada cuando volvieron a las casas del
Calaminar. El presentimiento del jefe cuadrillero inspiró, que él
mismo y sus compañeros, se apostasen en la esquina de una de las
quinterías, acechando. Agazapados, quedaron en silencio.
Apenas
habíase movido la luna de sitio, cuando sintieron ruido. Melquiades
asomó la mollera. Detrás de un farol de poca luz, unas siluetas
oscuras se movían. Eran tres sombras terrenales, asiendo tres
animales. Cabalicamente se dirigían, por el descampado, hacia donde
ellos se encontraban.
De
un salto fiero, quedó frente a los que emergieron en la noche.
-¡Alto
a la Justicia!-. Vociferó Melquiades-.
A
tal grito, las mulas y un caballo de los que avanzaban, sufrieron
espanto con relincho.
-¡No
seré yo quien detenga mi paso!-. Voceó uno-.
-¡Alto
a la Justicia!-. Repitió el cuadrillero-.
Cayó
al suelo el farol, al instante que el desconocido arrojó un puñado
de tierra a los ojos del militar. Este, en el suelo quedó con la
vista enterragada. El que no quiso atender la orden de alto, saltó
sobre aquel, empuñando una navaja que hizo brillo a la luz del astro
de la noche. Yo soy “Navajarápida”. El silencio se hizo negrura.
Melquiades, hábil y curtido en el cuerpo a cuerpo, se volvió boca
arriba, colocando la “Santiaga” en defensa.
Un
alarido se oyó. La espada había atravesado el pecho del malhechor,
saliendo por la espalda. Nunca Melquiades pensó el provecho de un
buen afile. En la tierra quedó el cuerpo exánime. Eran las cinco de
la mañana.
Los
otros dos, sin reconocer aún, huyeron entre las tobas.
-¡A
mi Santa Hermandad!-. Gritó el jefe cuadrillero.-.
Saliendo
José Fernández Gracia y Saturnino Malasaña detrás del esquinazo
de una quintería, cortaron la desbandada de uno. Sujeto y preso,
fueron a dar con “Patasdecollera”.
-¡Venacaquí!-.
Agarró Melquiades-. ¡Quién es el otro!, ¡Dí, quién es el otro!.
-¡Favor,
favor!-. Gritaba el apresado-. ¡Es “Pichaencoge”..., es
“Pichaencoge”…!.
-¡Lo
sabía, lo sabía…!-. Dijo el uniformado de verde.
Eran
las cinco de la mañana.
Melquiades
se sacudió el polvo con levedad. Se acercó a las mulas, y dijo:
-Esta
es la mula de la Filomena. Y aquí está su faltriquera.
Ordenó
a Saturnino Malasaña llegarse a Villa Franca, a dar cuenta de los
hechos, y traer al lugar a la justicia ordinaria y eclesiástica.
-Malhechora
ha sido la existencia del bandido “Navajarápida”. Mas, de
obligación cristiana es que se le cante en estas últimas, el
gorigori-. Se le oyó a Melquiades-.
Por Domingo Camuñas.
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