Como
todos los catorce de septiembre se levanto a las ocho de la mañana, se preparo un café, se puso el traje de los domingos y se encamino
hacia el pueblo, los rescoldos de la fiesta de la noche pasada aun
duraban, se cruzo con algunas decenas de borrachos que al igual que
vampiros buscaban refugio en sus catres para eludir la nefasta acción
de la luz solar.
La
Villa-Franca como todos los años por esas fechas, celebraba sus
Ferias y Fiestas patronales en honor al Santísimo Cristo de Santa
Ana.
Aparte
de esperar su fiel cita los días trece y quince de septiembre en la
procesión del Cristo para voltear la Bandera de Animas como era
tradicional en él. El jugador esperaba con anhelo la llegada del
catorce para jugar al Ajedrez, ese día desde hacia tiempo se
celebraba en la Villa-Franca una partida múltiple en la Plaza de
España, dicha partida se disputaba siempre contra un Gran Maestro
invitado y contratado por el Ayuntamiento para amenizar una las pocas
actividades culturales que aun quedaban.
Tomo
un segundo café en el Bar de “Chilin” y se inscribió en el
puesto número ocho de diez en la partida múltiple, siempre elegía
el número ocho, numero mágico que creía ligado al juego de Reyes
desde que leyó la novela titulada “El Ocho” de Katherine
Neville.
El
Gran Maestro de este año era un joven barbilampiño, vecino de un
pueblo de la Mancha cercano a la Villa-Franca, como siempre y tras
las fotos de rigor hechas por el “Tío Cazuela” el Gran Maestro
comenzó la partida moviendo el peón blanco de Rey de cada uno de
los diez tableros.
Tras
unos cuantos movimientos el primero en caer fue un importante
político de las Cortes Castellano-Manchegas invitado a la partida,
al objeto tal vez, de dar cierta publicidad al evento.
Uno
tras otro los participantes fueron rindiendo el Rey negro ante la
maestría desarrollada por la mente que movía los trebejos blancos.
Llego
un momento en que en la partida solamente quedaron el Gran Maestro en
pie y el Jugador sentado, con un movimiento sencillo y humilde de la
mano el Jugador invito al oponente a que tomara asiento y así
continuar ambos de una forma más cómoda la partida.
Los
testigos asistan con ojos rojos, unos por el cansancio y los más por
la resaca, interesados por el desarrollo de la partida, murmurando
cada vez que los participantes movían una de las piezas.
Tras
muchos lances, ardides y tretas, intercambiaron una tras otras casi
todas la piezas del juego, sin que ninguno de ellos llegara a cometer
ningún error fatal, pactando “tablas” al final de la partida, el
Jugador y el Gran Maestro se dieron la mano, felicitándose
mutuamente por la partida jugada.
Más
tarde el Gran Maestro, ya más relajado tomando un vino español en
compañía de la corporación municipal y de los profesores de la
escuela de Ajedrez, recordaba la conversación mantenida con el “gran
Maestro” que visito la Villa-franca el año anterior.
-Este
año juegas en la Chela ¿no?. Le pregunto.
-Así
es, respondió él.
-Pues
ten cuidado con el número ocho, es un señor mayor, con el pelo cano
y vestido con un traje anticuado. Te las hará pasar “putas”.
-Ya
será menos.
El
“Gran Maestro” de este año recordaba esto mientras bebía un
sorbo de vino de la copa que sostenía en su mano izquierda, mientras
trataba de controlar el temblor que había quedado en su mano derecha
tras la partida.
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