domingo, 14 de septiembre de 2014

Relato: Un catorce de septiembre.

Como todos los catorce de septiembre se levanto a las ocho de la mañana,  se preparo un café, se puso el traje de los domingos y se encamino hacia el pueblo, los rescoldos de la fiesta de la noche pasada aun duraban, se cruzo con algunas decenas de borrachos que al igual que vampiros buscaban refugio en sus catres para eludir la nefasta acción de la luz solar.

La Villa-Franca como todos los años por esas fechas, celebraba sus Ferias y Fiestas patronales en honor al Santísimo Cristo de Santa Ana.

Aparte de esperar su fiel cita los días trece y quince de septiembre en la procesión del Cristo para voltear la Bandera de Animas como era tradicional en él. El jugador esperaba con anhelo la llegada del catorce para jugar al Ajedrez, ese día desde hacia tiempo se celebraba en la Villa-Franca una partida múltiple en la Plaza de España, dicha partida se disputaba siempre contra un Gran Maestro invitado y contratado por el Ayuntamiento para amenizar una las pocas actividades culturales que aun quedaban.

Tomo un segundo café en el Bar de “Chilin” y se inscribió en el puesto número ocho de diez en la partida múltiple, siempre elegía el número ocho, numero mágico que creía ligado al juego de Reyes desde que leyó la novela titulada “El Ocho” de Katherine Neville.

El Gran Maestro de este año era un joven barbilampiño,  vecino de un pueblo de la Mancha cercano a la Villa-Franca, como siempre y tras las fotos de rigor hechas por el “Tío Cazuela” el Gran Maestro comenzó la partida moviendo el peón blanco de Rey de cada uno de los diez tableros.

Tras unos cuantos movimientos el primero en caer fue un importante político de las Cortes Castellano-Manchegas invitado a la partida, al objeto tal vez, de dar cierta publicidad al evento.

Uno tras otro los participantes fueron rindiendo el Rey negro ante la maestría desarrollada por la mente que movía los trebejos blancos.

Llego un momento en que en la partida solamente quedaron el Gran Maestro en pie y el Jugador sentado, con un movimiento sencillo y humilde de la mano el Jugador invito al oponente a que tomara asiento y así continuar ambos de una forma más cómoda la partida.

Los testigos asistan con ojos rojos, unos por el cansancio y los más por la resaca, interesados por el desarrollo de la partida, murmurando cada vez que los participantes movían una de las piezas.

Tras muchos lances, ardides y tretas, intercambiaron una tras otras casi todas la piezas del juego, sin que ninguno de ellos llegara a cometer ningún error fatal, pactando “tablas” al final de la partida, el Jugador y el Gran Maestro se dieron la mano, felicitándose mutuamente por la partida jugada.

Más tarde el Gran Maestro, ya más relajado tomando un vino español en compañía de la corporación municipal y de los profesores de la escuela de Ajedrez, recordaba la conversación mantenida con el “gran Maestro” que visito la Villa-franca el año anterior.

-Este año juegas en la Chela ¿no?. Le pregunto.
-Así es, respondió él.
-Pues ten cuidado con el número ocho, es un señor mayor, con el pelo cano y vestido con un traje anticuado. Te las hará pasar “putas”.
-Ya será menos.


El “Gran Maestro” de este año recordaba esto mientras bebía un sorbo de vino de la copa que sostenía en su mano izquierda, mientras trataba de controlar el temblor que había quedado en su mano derecha tras la partida.

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