Se
removió Melquiades inquieto en el Jergón, estaba totalmente bañado
en sudor, negras pesadillas habían atormentado su mente.
Termino
por levantarse y dirigirse hacia la humilde cocina, allí siempre
había dispuesto un puchero de achicoria, mientras lo ponía a
calentar en un fogón de la cocina, encendió un cigarro y se sentó
a esperar en una silla.
Había
soñado de nuevo que tenía veinte años, se encontraba en el sitio
de Flevo, sirviendo en el Tercio Viejo bajo las ordenes del Duque de
Espinola, en aquella época, Melquiades todavía se asombraba de los
horizontes rojos y negros debido al incendio de granjas y pastos, y
al hedor que desprendían hombres y bestias muertos, que eran festín
para moscas en los margenes de los caminos, cosas de la guerra le
decían los veteranos.
Soñaba
con una noche en concreto, regresaba junto con unos compañeros de
una “encamisada”, en la que había degollado no menos de tres
herejes, se dispusieron para pasar la noche en el pajar de una
granja a las afueras de la población.
Allí
Melquiades contemplo una escena que se quedaría marcada a fuego en
su memoria, había en el suelo un rufián, que con el calzón bajado
intentaba abusar de una chica, seguramente hija de los dueños de la
granja.
Al
ver la escena Melquiades ni corto, ni perezoso, largo tal puntapie a
las nalgas del mencionado que este rodó por el suelo, el ofendido
preso de ira asió presto la espada, pero al contemplar a Melquiades
con los ojos entrecerrados, una mueca cruel dibujada en los labios,
la mano izquierda sujetando la vaina y la derecha en el pomo de la
propia se lo pensó al menos dos veces y como todos los de su calaña
salio corriendo con el rabo entre las piernas, para risa y mofa del
resto de compañeros del tercio que contemplaban la escena.
Entonces
Melquiades al ver la vestimenta del individuo llena de lazos y
calzando ricas botas, se dio cuenta de dos cosas: que aquel fulano
era de origen noble, hijo o pariente de alguna persona principal y
que por tal acción, a Melquiades en aquella brisca le pintarían
bastos.
La
chica no tendría más de diecisiete años, el pelo dorado como la
mies madura, piel blanca y unos ojos de color azul claro, Melquiades
con un gesto le indico que se arreglara la ropa, y marchara,
Después
se supo que el culo pateado correspondía a un miembro de la nobleza
española, emparentado de forma lejana con la Casa Real, por tal
motivo Melquiades fue arrestado y condenado a recibir diez bastonazos
en la espalda como castigo ejemplar por patear tan regias posaderas,
aunque estas tuvieran como dueño aun cabrón redomado.
Melquiades
fue atado por las muñecas a la rueda de un carro, desnudo de cintura
para arriba en la plaza del pueblo, el castigo era público, el
Tercio estaba formado y la gente se agolpaba en rededor de la plaza
formando un corro siniestro.
Melquiades
vio al del culo pateado en las primeras filas, mesándose el fino
bigote, riéndose de la situación, las vueltas que da la vida una
semana más tarde Melquiades le volvería a ver en el momento en que
expiraba con las tripas fuera y los ojos vidriosos boqueando como un
pez fuera del agua, fruto del error de un artillero hereje, que
apuntando a vanguardia de la formación, la granada fue a caer a
retaguardia donde solía medrar el fulano en compañía de los de su
clase, en esos momentos el hipeputa reía menos, eso también son
cosas de la guerra como dirían los veteranos del Tercio.
Entre
el gentío, Melquiades vio a la muchacha, y mientras el verdugo
aplicaba el bastón sobre sus magras costillas, miro a sus ojos de
cielo buscando algún gesto de agradecimiento que le sirviera de
consuelo, más no hallo en ellos nada más que un rencor y un odio
infinito, reflejado en el frío glacial con el que le devolvió la
mirada.
Después
le dijeron, que cuando cuando pasó aquello colgaron al padre y
acuchillaron a la madre de la muchacha, para después robar e
incendiar la granja donde vivían, cosas del saco que dirían los
veteranos.
Melquiades
dio una larga calada al cigarro, mientras apartaba el puchero del
fogón, pensó que si la muchacha sobrevivió a la guerra y a la
posterior hambruna tendría más o menos su edad, se pregunto
entonces si recordaría ella el hecho con el mismo rencor, que con
la vergüenza con la que lo recordaba él.
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