De
las primeras noticias de Miguel, el de Cervantes y La Chela de la
VillaFranca.
"Fuera
la casualidad o el destino quien le llevara a un lugar llano, surcado
por un río, el Riato, donde en su ribera destellaban las casas; en
una de ellas, a las afueras, descubrió que era mesón y posada.
Aquella persona de gallarda figura y robusta complexión consideró
que dicho lugar era de retiro y asueto, donde podía desarrollar sus
otros menesteres, aprovechando que no muy lejos de allí florecía un
inesperado oasis que le ofrecía el sosiego de alma, clarividencia de
letras y en verano refrescantes baños que sin saber porque, esa mano
de manco encontraba mejoría.
Allí cogió aposento, lejos de las algarabías, donde una mujer mesonera, de volumen deseable, robusta en las formas y de mangas en remango, consagrada a su trabajo y nada melindrosa atendía a nobles y caballeros, villanos y bandoleros, donde todos tocaron suerte, mas ninguno la obtuvo en suerte.
Casi siempre estuvo tapado con capa y sombrero. Su lugar, en un rincón bajo el rayo de un sol certero. Sus noches, siempre bajo la luz de del candil que mezclaba aceite y torcía. Una silla y una mesa, la primera desvencijá y la segunda coja. Ambas dos y el tres, parecieron siempre ser el acompasamiento perfecto, en el que entre papeles, pergaminos, escritos emborronados, otros a medio escribir y los más ya numerados, trazaba las aventuras más sorprendentes que nunca jamás fueran contadas.
Cuantas noches miro sus formas, cuantas veces trato de descifrar su mirada, interpretar sus roces o entender el significado de su prestanza a animarle a seguir tan aventurosos libros. Ella entre idas y venidas, acercaba jarras de vinos de la tierra con aroma de azafrán, sonreía y se agitaba pero a todos sujetaba. Pan caliente, lechones, liebres, conejos y todo tipo de volandería hacían las delicias de sus comensales, sin olvidar en su época el exquisito breve de tenca y arrope en sus postres.
Cuantos de aquellos visitantes de extensas jornadas doloridas, recibieron ungüentos en sus pies y gratificantes friegas de aceites en los músculos. Fue tal su fama, fue tal su buen menester que todos los que cerca pasaban allí se aproximaban.
Retos, duelos, apuestas y deseos. Hubo quien no quiso ver en aquella mujer, versada en el duro vivir cotidiano, una mujer hecha y derecha, donde el trabajo y la lucha fue su diario.
Fue el aroma de su perfume, sus miradas, sus cabellos y gestos que, aun siguiendo cumpliendo en sus quehaceres, fue objeto de disputas, de bulos y blasfemias en aquellos otros lugares. Lugares donde la ponzoña por el no fornicio conseguido, calumniaron en barragana y pendenciera aquella mujer mesonera por el tributo no conseguido.
Uno y otra abstuvieron fama reconocida y por ser lugar más de motes que de nombre uno fue nombrado por “Manco de Lepanto” y la otra “La Chela”. Ambos fuertes y valientes, curtidos en mil desdichas que les han hecho saber que el corazón no manda en su vida, por ello, él, nunca quiso poner el nombre del lugar en aquel libro que fama inimaginable se alzó “En un lugar de La Mancha, de cuyo nombre no quiero acordar”. Ella, mujer fuerte y valiente, mujer luchadora, no le preocupó aquellas maledicencias, y por encima de las calumnias y humillaciones, extendió a sus generaciones aquella casta de genio y figura. Mujer donde sus lágrimas son el comienzo donde otros abandonan. Mujer que supo romper barreras sociales, con honradez, humildad y trabajo. Que ni asustabale la dureza de la casa y del campo. Vivaz y desenvuelta.
…..
Texto anónimo encontrado en el encamarado de la casa del llamado Julián de Maroto
Allí cogió aposento, lejos de las algarabías, donde una mujer mesonera, de volumen deseable, robusta en las formas y de mangas en remango, consagrada a su trabajo y nada melindrosa atendía a nobles y caballeros, villanos y bandoleros, donde todos tocaron suerte, mas ninguno la obtuvo en suerte.
Casi siempre estuvo tapado con capa y sombrero. Su lugar, en un rincón bajo el rayo de un sol certero. Sus noches, siempre bajo la luz de del candil que mezclaba aceite y torcía. Una silla y una mesa, la primera desvencijá y la segunda coja. Ambas dos y el tres, parecieron siempre ser el acompasamiento perfecto, en el que entre papeles, pergaminos, escritos emborronados, otros a medio escribir y los más ya numerados, trazaba las aventuras más sorprendentes que nunca jamás fueran contadas.
Cuantas noches miro sus formas, cuantas veces trato de descifrar su mirada, interpretar sus roces o entender el significado de su prestanza a animarle a seguir tan aventurosos libros. Ella entre idas y venidas, acercaba jarras de vinos de la tierra con aroma de azafrán, sonreía y se agitaba pero a todos sujetaba. Pan caliente, lechones, liebres, conejos y todo tipo de volandería hacían las delicias de sus comensales, sin olvidar en su época el exquisito breve de tenca y arrope en sus postres.
Cuantos de aquellos visitantes de extensas jornadas doloridas, recibieron ungüentos en sus pies y gratificantes friegas de aceites en los músculos. Fue tal su fama, fue tal su buen menester que todos los que cerca pasaban allí se aproximaban.
Retos, duelos, apuestas y deseos. Hubo quien no quiso ver en aquella mujer, versada en el duro vivir cotidiano, una mujer hecha y derecha, donde el trabajo y la lucha fue su diario.
Fue el aroma de su perfume, sus miradas, sus cabellos y gestos que, aun siguiendo cumpliendo en sus quehaceres, fue objeto de disputas, de bulos y blasfemias en aquellos otros lugares. Lugares donde la ponzoña por el no fornicio conseguido, calumniaron en barragana y pendenciera aquella mujer mesonera por el tributo no conseguido.
Uno y otra abstuvieron fama reconocida y por ser lugar más de motes que de nombre uno fue nombrado por “Manco de Lepanto” y la otra “La Chela”. Ambos fuertes y valientes, curtidos en mil desdichas que les han hecho saber que el corazón no manda en su vida, por ello, él, nunca quiso poner el nombre del lugar en aquel libro que fama inimaginable se alzó “En un lugar de La Mancha, de cuyo nombre no quiero acordar”. Ella, mujer fuerte y valiente, mujer luchadora, no le preocupó aquellas maledicencias, y por encima de las calumnias y humillaciones, extendió a sus generaciones aquella casta de genio y figura. Mujer donde sus lágrimas son el comienzo donde otros abandonan. Mujer que supo romper barreras sociales, con honradez, humildad y trabajo. Que ni asustabale la dureza de la casa y del campo. Vivaz y desenvuelta.
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Texto anónimo encontrado en el encamarado de la casa del llamado Julián de Maroto
Por Domingo Camuñas.
Miaque andaba entre polvos, más que arinconao papiro tras papiro de viseles amarillentos, pero fruto del azogue en el bien limpiar de aquella que bien honra con su nombre a su Villa y Gentes, que por mucho sucio que vean otras gente queda en muestras lo en ello dicho y asi ocurrido y quien no crea en ello que así lo demuestre.
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