restaurante Block House del centro comercial «La cañada», en Marbella.
Vestía una blazer de tweed con una camisa de color naranja, unos
vaqueros y zapatos italianos. Su incipiente calva relucía por encima
de unas gafas tintadas que junto con un bigote postizo de buena
calidad pegado con goma arábiga, constituían su modesto disfraz. Dejó
un momento su bebida, para seguir tecleando ávidamente en su MacBook
Air de 17 pulgadas. El logotipo de la manzana mordida lucía iluminado
por la parte de atrás atrayendo furtivas miradas de deseo de clientes
y empleados. Hizo un gesto amplio con el antebrazo para mirar la hora
en un Rolex de oro: las 16:15. Tras unos minutos más, cerró el
portátil y pidió la cuenta. En total fueron 3 euros por la coca cola y
97 de propina al camarero. Se levantó y se marchó.
Había pasado buena parte del día paseándose por Marbella y derrochando
grandes cantidades de dinero. Aprovechando cada wifi abierta para
visitar páginas web de fabricantes de coches caros. Si alguien hubiera
interceptado su tráfico de red, hubieran pensado que estaba dudando
entre comprarse un Rolls y un Porsche. Todo era puro teatro,
naturalmente, con el objetivo de llamar la atención sobre su persona y
atraer al autor de los robos que estaban investigando.
Si alguien hubiera intentado triangular la señal wifi proveniente del
MacBook Air, se hubiera encontrado con una sorpresa. En realidad el
portátil no emitía señal alguna. La señal provenía de cierta furgoneta
aparcada a distancia, siempre en zonas poco visibles y cuya rotulación
había ido cambiando a lo largo del día cada vez que se trasladaba
siguiendo los pasos de Roberto. En su interior, Rhyst estaba pendiente
de un monitor, a la espera de posibles intentos de intrusión. Mientras
tanto, Hereje 27 y Furgonetero Meek se turnaban para seguir a Roberto
de lejos, sin levantar sospechas. Su misión era vigilar a todo aquel
que tuviera un ordenador, una tablet, un móvil, o cualquier cosa que
pudiera ser usada para conectarse a la red wifi.
El anterior sistema de puestos estáticos en pisos alquilados demostró
ser un fracaso, porque cada vez que se producía una alarma llegaban
tarde y el supuesto intruso se había esfumado. Así que tuvieron que
pensar en otro método. Usar a Roberto como cebo parecía peligroso,
pero la situación era desesperada. Era eso o admitir su fracaso
absoluto. Roberto se mostró encantado cuando se le propuso hacerse
pasar por un multimillonario excéntrico. Para evitar toda relación con
el grupo, se acordó que se hospedara en el Hotel Gran Meliá Don Pepe y
que permaneciera aislado de los demás. Dado que no sería considerado
normal que una persona importante fuera caminando por toda Marbella,
el propio Roberto contrató un secretario a través de una agencia y
este se encargó de conseguir un chófer y un vehículo apropiado. El
dinero y todos los elementos del disfraz fueron cortesía de Hereje,
como de costumbre. Quizá el elemento más importante de la indumentaria
de Roberto era invisible: un pinganillo inalámbrico que, colocado
cuidadosamente en un oído permitía la comunicación de este con el
equipo. Su alcance era limitado, pero puesto que la furgoneta nunca
andaba demasiado lejos, resultaba funcional.
Hereje 27 permanecía sentado comiendo mientras de reojo observaba a
Roberto saliendo del restaurante.
-Ya sale -. Murmuró casi como para sí. Sólo lo suficiente alto como
para que su pinganillo lo captara. Un «estoy afuera, yo me encargo»
metálico procedente del transmisor de Furgonetero resonó en su cabeza.
El tono de voz, vulgar, de su amigo le resultaba molesto de común,
pero ahora que lo sentía casi en los huesos de la cabeza era aún peor.
Impasible continuó engullendo su modesto condumio. Echó un último
vistazo a la puerta por donde acababa de salir Roberto. Este no volvió
la cabeza ni hizo gesto alguno que pudiera resultar sospechoso a un
tercer observador.
Roberto permaneció en el centro comercial alrededor de una hora más y
aprovechó para comprarse ropa. Pidió que se lo enviaran todo al hotel
y pagó con tarjeta. La tarjeta, por descontado, estaba asociada a una
cuenta que el secretario había abierto a su propio nombre con dinero
en metálico, para que no se pudiera rastrar. Furgonetero no le quitó
un ojo de encima en ningún momento, aunque se mantuvo a distancia.
Antes de marcharse, Roberto fue al lavabo y aprovechó para comunicar
su siguiente movimiento: Puerto Banús.
-Estoy hasta las bolas de conducir. Vaya semanita -. Se quejó
Furgonetero al tiempo que aparcaba en la calle Ribera. Minutos antes
habían dejado a Hereje en el cercano puerto deportivo. Este último
había visto como Roberto entraba en el Bar Pub Desván. Rhyst y
Furgonetero situaron la furgoneta en una calle paralela y esperaron
pacientemente. El reloj de la furgoneta marcaba las 17:45. A
Furgonetero le dolía la espalda de tanto conducir y como había estado
siguiendo a Roberto a ratos, también se quejaba de los pies. Rhyst
llevaba sentado mucho tiempo y le molestaban las rodillas, pero
concentrado como estaba no se daba demasiada cuenta.
Las horas pasaron rápido, y cuando parecía que ya no ocurriría nada
destacable en el día, de pronto sonó la alarma de intruso en el
computador central.
Furgonetero, abandonando el vehículo, salió corriendo en dirección al
puerto mientras Rhyst accionó el transmisor y pronunció sólo dos
palabras.
«Código naranja» resonó en los oídos de Hereje. Se metió la mano
izquierda en el bolsillo distraídamente y accionó un dispositivo
oculto: un pequeño detector de campo magnético. Por su parte,
Furgonetero pronto estuvo frente al muelle atestado de yates e hizo lo
propio con su dispositivo. Con los dos dispositivos en marcha, Rhyst
ejecutó un programa de triangulación de la señal wifi del intruso. Los
detectores de campo magnético actuaban como puntos de referencia
respecto de los cuales calcular la posición del dispositivo usado para
infiltrarse en el supuesto ordenador de Roberto; que en realidad, como
ya se ha explicado, era una simulación proyectada desde la furgoneta
del equipo.
-¡Está dentro del pub! - Gritó Rhyst. -Más detalles en un par de minutos.
Hereje 27 penetró en el bar y se sentó al fondo, desde donde podía
vigilar todo el recinto. Roberto estaba como siempre, cerca de la
entrada, con su MackBook Air abierto y su perenne coca cola a un lado,
totalmente embebido en las imágenes de coches que afluían a su
pantalla. Cuando sus ojos se hubieron acostumbrado a la semi penumbra
del pub, Hereje escrutó a cada uno de los clientes que ocupaban el
lugar. Pidió una tónica y aguardó en silencio. ¿Quién podría ser el
ladrón? Un hombre en la barra jugueteaba con una tablet de 7 u 8
pulgadas mientras bebía lo que parecía ser un whisky. Dos mujeres
charlaban animadamente a su derecha con sendos iPhones. Un anciano
parecía distraerse con una Nintendo DS. Sin duda debía de ser de un
nieto que había ido al lavabo. Un joven de unos 20 años de complexión
fuerte estudiaba con un portátil con el logotipo HP claramente
visible. Varios niños de diversas edades salpicaban la sala con su
frescura y muchos de ellos tenían tablets o smartphones. Cuando aún no
había terminado de considerar todos los sospechosos posibles, el canal
se abrió con un chasquido y la voz de Rhyst bramó dando una situación
aproximada a la izquierda de Hereje. Este se abalanzó sobre un hombre
menudo de mediana edad que no apartaba la vista de su portátil y
tecleaba sin apercibirse de lo se le venía encima. Hereje se sentó al
lado de aquel hombre y lo mantuvo pegado a la silla. El señor lo miró
sin comprender, molesto. En esas, un niño que había estado sentado
cerca salió corriendo en dirección a la puerta sin que Hereje tuviera
tiempo de reaccionar. Aún confundido escuchó a Rhyst en su pinganillo:
«La señal se desplaza aprisa hacia la salida. ¡Movéos!»
-¡Es el niño! -Dijo atropelladamente Hereje mientras se desembarazaba
del hombre y salía en su persecución. Desafortunadamente, tropezó con
el pié de alguien -o eso creyó él- y para cuando pudo alcanzar la
salida, no había ni rastro del niño.
El niño en cuestión tenía ya sus buenos 13 años y se había quitado de
la vista internándose en una de las pasarelas que flanqueaban las
dársenas del puerto deportivo. Sin parar de correr miró hacia atrás y
al ver que no le perseguían, se relajó un poco. Cuando volvió a mirar
hacia delante chocó con un hombre que inmediatamente lo agarró por el
cuello obligándolo a detenerse.
-Tengo al chico. ¿Qué hago con él? -Furgonetero Meek aflojó su presa
un poco y cambió de postura para sujetar al niño firmemente sin
causarle daño.
***
La operación había terminado mal. Toda la luz que pudo aportar el niño
fue que aquél mismo día, por la mañana, una mujer le había regalado el
teléfono y le había pagado para que estuviera en el pub «El Desván»
desde las 17:00 a las 19:00. Al preguntarle el motivo por el que había
huído, el chaval adujo que se había asustado ante lo que parecía el
inicio de una pelea. No sabía nada más. El niño había sido escogido
cuidadosamente. Era introvertido y despistado, de los que no se fijan
demasiado en la gente. La descripción que pudo dar de la mujer era
sumamente vaga. Tras comprender que decía la verdad, le dieron algo de
dinero y le despidieron quedándose con el teléfono. A la vista del
dinero, el niño se fue sin rechistar.
Un análisis preliminar del teléfono arrojó el siguiente resultado: el
teléfono, que llevaba el sistema operativo Android, había sido
manipulado para actuar como pasarela. Sólo había actuado de
intermediario, haciendo imposible localizar la auténtica procedencia
de la señal del intruso. No cabía duda de que el intruso tenía que
haber estado en la misma red wifi del local. Pero para cuando se supo
esto, ya no se podía hacer gran cosa.
Pero aunque no habían conseguido atrapar al ladrón, no todos sus
esfuerzos había sido en vano. Aún en medio de la confusión, el intruso
había conseguido introducir el malware en lo que él creía que era el
portátil de aquél bobo ricachón. Y, por tanto, un subsistema del
simulador había conseguido hacerse con esa copia del malware que tanto
habían ansiado encontrar. Una vez inactiva, fue almacenada hasta que
tuvieran ocasión de estudiarla.
Más tarde, ese mismo día, recibirían la orden de desplazarse a Madrid
con motivo del funeral de Ana María Porter, por lo que tuvieron que
abandonar Marbella y olvidarse de aquella oportunidad fallida de
atrapar al hombre sin nombre.
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