Al
chico nieto de la Filomena, Camuñas, o el Cazuela para
muchos de
sus vecinos en la villa no se le daba mal entreverar en
bocetos de
dibujo sitios y cosas del pueblo. Unas veces se entretenía
en
ello yendo a los lugares donde plasmar las líneas de lo que
estuviera viendo, y en otras, de imaginación y recuerdo, los
terminaba en ratos vacios en la huerta a la luz del día, o a veces
dentro
de la casilla a la luz de los candiles. De ser caro el material
de
normal usaba papel que en la tienda de Ana Álvarez de Lara
rara vez
había, o conformabase con papel de estraza. De plumilla
ni
pluma daba el de sí, si no que procuraba gastar en ello trozos de
picón o tizones de sarmientos después hacer güera de gavilla.
El
Día del Señor penúltimo de semana y de mes natural, al no
tener
mandao de la Filomena ni cosas de traer de la huerta, y de
por ser
jornada de precepto según se dicta para toda la cristiandad
romana,
levantase el mozo con mucho sol, y después de varias
horas de luz
desde la amanecida. Dispuso los piensos de las mulas, y
echando agua
en el pilón anduvo, para almorzar una cata de
pan
con azúcar al término de esas pocas faenas.
Misa
se había dicho ya en la Iglesia Principal, la de a las horas del
Ángelus. De ser que no se oían ruidos ni de carros ni de pasos de
mulas. Y ni siquiera voces de los gañanes a los zagales. Supuesto
la Ermita del Cristo quedaba situada a pocas varas de distancia de
la casa, con volver la esquina del Hondillo a pocos pasos estaba en
la puerta. Cogió una fina tablilla de madera, dos papeles sin
señal, y tres tizones de sarmiento de vid con la intención de
pasar
la entretenida observando los muros de la Ermita y dar trazos
y líneas, en su saber, a todas aquellas piedras, puerta y ventanas
por la fachada principal de la misma. Dos árboles de mucho tiempo
de vida, y de mucho hacer sombra se hallaban en el sitio, habiendo
también tres poyetes de piedra de granito para hacer separación
del
atrio del camino, y que también valían para sentarse si se
apetecía.
A
casco fue allí y sin sombrero, acompañando la mañana en
atmosfera
y clima agradable.
De
no llevar mucho rato sentado y
en dedicación de dibujar, fue el
llegar, que de casualidad sería, de
Frei Don Alfonso Lujan y
Cañizares. Del hábito de San Juan, y
cura propio de la parroquial
de la Villa Franca.
Hombre
de garbo
piconero y de andar de prisa, que parecerle que las leguas
del
termino de villa no se acababan nunca. Más, esos andares
raudos
no hacían sofoco en él. ¡Y como poder entender!, si contra
más pasos
ligeros daba a más sitios tarde llegaba. No era gordo ni
flaco, ni alto
ni bajo, pero voz fuerte si tenía. Que a veces en
sus sermones a
algunas parroquianas, y eso subido en el púlpito,
asustaba.
A
más,
si señalaba con el brazo y el dedo hacia abajo. Que alguna
buena
mujer se recorría de sitio en el banco, por pensar que a
ella
señalaba.
-¿Te
las traes de tizón en mano en estas buenas horas frente a la
Ermita?,-Soltó el prior al muchacho en primeras voces.
-Ah,
buenas señor Frei, susto casi me ha dado de no verle, ni sentir
sus
pasos de llegar hacia mí. A la sombra de estos árboles frondosos y
oyendo los pájaros me estoy, procurando copiar a papel las líneas
de esta hermosa ermita en mis entenderes, que maestro en arte no he
tenido, mas interés pongo en ello, que no por quedar en belleza
plasmada, si no por pasar el rato en tranquilidad y sin ruidos
en
este día del Señor a las cercanías de mi casa.
-No
es cosa de disgusto en esto a que estas dedicado, pero de saber
tienes, que para ello lecciones de arte con maestro sabio se ha
debido
andar antes. Que no cualquier cosa vale. En malos nervios me
ando siempre que me llego y entro en esta ermita por causa de las
pinturas que en su interior, en pared y techo, se hallan. ¡Qué de
ocurrencia aquellos que lo pintaron! Si no fuera por sujetarme, y
por
mi cargo, palabras mal dichas pronunciaran mis labios.
-Un
poco tenso y de color tirando a más que anaranjado veo ponerse
su
rostro sin entender la razón de por ello-, contesto el nieto de la
hortelana Filomena.
Sabido
tengo que las pinturas de dentro
fueron hechas por gente llana del
pueblo y que de las del techo
serian de alguien que tuviera más
tiento, aunque solo fuera por
estar tan altas para llegarse y de
pintar sin caerse.
A
mí, que no
fuera fácil esta empresa que hicieron.
-¿Acaso
te gustan las pinturas que en la ermita quedan dentro?
-Ya
le digo que de las artes no estoy muy puesto, pero de los colores
que tienen atraen a los feligreses al ver sus santos representados
que de seguro al reunirles en su interior a la hora de las misas a
usted a de alegrar y más en los momentos de los sermones que vos
pronunciáis para ellos.-¡Parlamento! ¡Parlamento!..¡.Desde el
púlpito se ve que se
dedican a mirar las pinturas más que a
escuchar lo que les digo!.
¡El
embobe propio del vulgo!. ¿Para qué pronuncio las palabras si
no
están en ello las orejas?. Contrariado voy a causa de esto que
hablo.
La
puerta abierta queda de la ermita mientras me estoy en
ella que de
escritura mandado tengo contestar y rellenar
preguntas para contar
de las cosas que hay en esta villa por
encargo
de Francisco Antonio de Lorenzana, nuestro señor
Arzobispo. Y a ti,
que de artista al parecer quieres andar te digo,
que le tuvieron
malo haber pintado todo el interior de obra tosca y
al
fresco con figuras y florones, más propias de un coliseo, que es lo
que representa, que de la seriedad de un templo en el que se halla
colocada la milagrosa imagen del Santísimo Cristo de la Vera
Cruz.
El
chico no dijo ni pio.
Fuensenle
las ganas de seguir en los dibujos de sopetón y mientras se
encaminaba de vuelta a su casa se iba murmurando en media voz:
-Mejor
estoy acompañado de las mulas, que ni rebuznan ni
relinchan.
Por Domingo Camuñas
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