Hallabase
el chico Cazuela en la Plaza de la
Carneria con la tía Filomena. No
habían hecho nada
más que bajar las hortalizas del carro, tenían
atada a la mula
“Carbonera” a este, a un lado junta
y de ramal corto. Las cosas de comer recién de
la huerta, frescas,
expuestas a la vista de los clientes
bien colocadas y puestas. Bullicio había. El
ajetreo corriente de
los días en la plaza que todos los
días tenía mucha vida, mas aun
siendo jueves.
Jornada especial de llegares e idas, sobre todo
forasteros y forasteras trayendo cosas de compra de
las villas
vecinas.
Algunos se quedaban más de una jornada, y en ello se quedaban en la posada de la buena gente de la tía Felisa, donde sin llamar se entraba, si se terciaba, incluso hasta el corralestando o no ella de por la casa o en quehaceres de alguna que otra vecina. Que siempre había modo de ayudarse los unos y los otros en salir de pequeños y diarios aprietos.
Algunos se quedaban más de una jornada, y en ello se quedaban en la posada de la buena gente de la tía Felisa, donde sin llamar se entraba, si se terciaba, incluso hasta el corralestando o no ella de por la casa o en quehaceres de alguna que otra vecina. Que siempre había modo de ayudarse los unos y los otros en salir de pequeños y diarios aprietos.
La
hortelana Filomena y el mozo nieto Cazuela
pasaron algo más de
media mañana espachando a vecinos
y otros forasteros, sin muchos huecos entre
venta y venta.
La romana, bien equilibrada de peso y en precio para no engañar a los parroquianos daba ligereza en las ventas, de a mucha cantidad y de a pequeñas.
Los de esta villa no regateaban en demasía conociendo por justa y equilibrada la balanza en el puesto de esta gente que tenia la huerta por Los Marotos frente a la Dehesa. Que de conocerse de toda la vida a más de algunos fiaba a la buena fin, y al cuando pudieran, cebollas, patatas, tomates frescos o en sal, según al estilo y modo de las tinajas que llenaba la Filomena en su cueva de la casa suya en el Hondillo. Y, también, otros precises de personas de condición muy humilde.Ni cuenta hacia de lo deber a su caja ni a la corta ni a la larga sabiendo de penurias de vecinas en la villa.
La romana, bien equilibrada de peso y en precio para no engañar a los parroquianos daba ligereza en las ventas, de a mucha cantidad y de a pequeñas.
Los de esta villa no regateaban en demasía conociendo por justa y equilibrada la balanza en el puesto de esta gente que tenia la huerta por Los Marotos frente a la Dehesa. Que de conocerse de toda la vida a más de algunos fiaba a la buena fin, y al cuando pudieran, cebollas, patatas, tomates frescos o en sal, según al estilo y modo de las tinajas que llenaba la Filomena en su cueva de la casa suya en el Hondillo. Y, también, otros precises de personas de condición muy humilde.Ni cuenta hacia de lo deber a su caja ni a la corta ni a la larga sabiendo de penurias de vecinas en la villa.
Oyendo
estaba el chico en la plaza las platicas de
Diego, el herenciano.
Hortelano a la vez, casado con
la Paca, que de por cierto en
Hondillo, cerca de la
plazuela de las Cuatro Esquinas tenían
vivienda.
Así
pues, cerca de la casa de la Filomena, y bien
conocidos que se eran.
Por la plaza, unos compraban
en los puestos, otros iban y venían.
Muchos de
cruzar por allí con otros menesteres, que si al
Concejo,
que si a Pozo Palacios, que si a la taberna,
y más de uno a la
herrería en la calle Tesorero que
siempre
alguna
mula
o
borrico
andaba
a
trompicones sin calza de hierro por esas vías.
Continuando
la charla de Diego por en medio de la
plaza seguía el mozo nieto de
la Filomena. Atendía
con el oído a las palabras que el hortelano
herenciano conferenciaba, y estando en esas vio acercarse
por la calle Tahona llegarse a los puestos y mercancías a gente con
ropajes distintos y mejores a
como los parroquianos de normal visten
en sitio de
villa y rural vida.
De a lo largo quiso el muchacho reconocer con su vista y sonarle uno de los dos rostros de esos que viajeros parecían. En cierto, y principio, no sabía la causa de parecerle esa cara. Vueltas le daba en su cabeza a recordar, pero no daba pie a saber de qué la entendía. Igual era alguien de la justicia más superior a las del concejo, provinciales, o del priorato propio, o de algún afamado, de paso de alguna vez por la villa. Sabido tenia la gran cabida de viajeros, carros y mulas en el mesón de La Chela, intramuros y en las afueras de las casas de la Villa Franca. Al lado contrario del rio Riato y en donde muchos ratos pasaba entre mandaos de la tía Filomena en llevar con el carro hortaliza y frutas y otras veces en parlamento con quien por allí hubiera.
De a lo largo quiso el muchacho reconocer con su vista y sonarle uno de los dos rostros de esos que viajeros parecían. En cierto, y principio, no sabía la causa de parecerle esa cara. Vueltas le daba en su cabeza a recordar, pero no daba pie a saber de qué la entendía. Igual era alguien de la justicia más superior a las del concejo, provinciales, o del priorato propio, o de algún afamado, de paso de alguna vez por la villa. Sabido tenia la gran cabida de viajeros, carros y mulas en el mesón de La Chela, intramuros y en las afueras de las casas de la Villa Franca. Al lado contrario del rio Riato y en donde muchos ratos pasaba entre mandaos de la tía Filomena en llevar con el carro hortaliza y frutas y otras veces en parlamento con quien por allí hubiera.
A
los dos forasteros se les distinguía de capa social
más alta del
pueblo campesino, de tez blanca y manos finas. El de mejor vestir
tenia hechura de
comer todos los días, y el otro, aunque más bajo
de altura,
pareciera un poco espirituao y estar de
media anqueta. Se andaban
mirando de puesto en puesto,
en el de la tía Concha, que vendía retales y
teletones observaron
algo con más detenimiento.
Aunque
no parecía hacerles falta telas vistas las
hechuras de las suyas
propias vestidas. Pasaron a la
altura de la posada, avanzando sus pasos a los
puestos de la
hortelanía, dando con el de la tía Filomena.
De cierto se pararon, mirando lo que
había expuesto en más
detenimiento.
El
que llevaba zapatos picados, calzas enteras,
ropilla y pretina, capa
y gorra se interesó por algunas
frutas. Las que allí había eran de los
arboles de la huerta
plantados junto a las regueras, albaricoques,
cerezas, membrillos, ciruelas, higos y
peras. Y melón de agua y
melón chino. Tomates. Y
pepinos.
-El
de la capa, -dijo-. -
Buena señora, ¿podría ser echarnos unas ciruelas, higos y algunas peras? A unas doce onzas de cada. Y un melón de aquellos que tener buena señal se ven.
-A lo que ustedes dispongan- dijo la tía Filomena-. Mas el melón, ¿de cuál atiendo, de estos chinos, o de los de lengua pájaro?
Cazuela
se había acercado al puesto viendo atender
a su abuela a aquellos
hombres, por ver que en compaña
se hallaba la mujer, no fuera que de
artimaña o engaño diera la
venta a la postre. No solo
el mozo se acercó al puesto, alguna mujer
también así lo hizo,
igual de paso para mirar, que lo
mismo de estambrera, al ver los forasteros. Que
una aparentaba hacer
la masa un vinagre.
Aclarado
lo del melón, de ser el de lengua pájaro, y
la Filomena poniendo y
quitando de la romana lo
pedido por los hombres, el chico, que no
dejaba de darvueltas en su pensamiento, entró en vez, colocado
detrás del puesto y de frente a los presentes.
-Mi deseo lejos queda de alcahuetería y molestia con ustedes. Asáltame una duda al mis ojos fijarse en ustedes a la entrada de esta plaza de la que nos estamos. Tengo casi reconocido su rostro de caballero, mas mi seso no tiene a bien colocar en lugar ni su cara ni figura. Suéname tanto que hasta podría ser allegado, esto claro sin poder jurarlo. O a las mismas pudiera ser de vistas, en encuentro, de hablar en algún lado. O por qué no, imaginaciones mías solo son.
-Pueda ser reconocerme -, pronunció el hombre de ropilla y pretina, capa y sombrero. Hubiera ser de nada, o de tantas posibilidades dieran pie a explicación de mi fisonomía y a mas, mi rostro. Al presentarme, para un pronto, mi nombre es Miguel. De paso ando, comisario en recaudación llevo de trabajo, desde la capital del reino hasta donde los caminos llegan a Andalucía. Varias veces andorecorrida esta zona de camino de arriba y abajo. En alguna parada en esta villa pudiera ser tu vista diera con mi figura. O de otras cosas, que por ser hombre muy andado en sitios y mandados que cualquiera pudiera saber...
-Señor caballero-, respondió el chico. No ha de dar más aclaración ni explique de su nombre ni de su condición. Que el corazón paréceme que se quisiera salir con solo haber dicho Miguel. A mas, y cierto es, que de por el mesón de La Chela le he visto andar y parar con coche y caballerías y de otros acompañado. Y de retratos grabados en papel. De libros vistos. De los que en un rincón del Concejo de esta Villa Franca alguno hay, que con verdad es, con polvo sobre ellos de no abrirlos mucho andan. A los que he tenido acceso gracias al alguacil que es gente de gustar las letras y en los pocos huecos de tiempo dejan las faenas que me dejan en los trabajos de la huerta de esta mujer, mi abuela, la Filomena. A ella le pido de buenas, que no hagamenester de cobrar ningún real por ser vos, que en compañía va, de estas cosas del puesto le ha pedido en venta. Si a ella de parecer es, se lo pagaré con algunas horas extra de por su huerta. Que es de mucho gusto mío poder hablar con usted, por ser Cervantes y de Saavedra sus ilustres apellidos. De hace poco tengo visto y leído uno de esos de sus libros que de mi parecer inspirado está por estas tierras, y de titulo “Rinconete y Cortadillo”.
-Desacertado no vas mozo-, dijole Cervantes con alegría y con mas asombro. Agradecido quedo por estas ciruelas, higos, peras y este melón de lengua pájaro, que por aquí llamáis, y de no pagar reales si esa es la intención tuya y visto en bien de esta mujer de tu abuela. Sin prisa ya nos estamos, dado que en nos aposentaremos unos días en el mesón de esta villa y al que ya conocemos de visitas de pasos anteriores y al ama de aquella casa que buen trato nos dispensa cada vez que hemos acudido en comida y cama en estancia limpia y sana.
-Allá me voy día sí, y casi otro también con los recaos y hortalizas de la Filomena para surtir y que vendan en esa casa de la mesonera. Posible es más, que encuentro podemos tener en alguna hora de estos días. Y de por cierto, de estar a final de este mes natural, en noche a hora de cena, tengo una junta en unas mesas con vecinos y algunos también forasteros. Hablar sobre escritura tenemos en aquella junta de ese anochecío. Donde ninguno ha de pagar, que eso es cargo mio. Invitado de antemano usted queda, si es de su voluntad escuchar lo que decimos. Aunque ya puestos, mejor oírle hablar a vos, que por estas tierras poca tinta gastamos y menos papel. Que solo una escuela de aprender hay entre estas casas del término final de la provincia de Toledo, un maestro, que caro sale, solo da lección. A él acuden quien de faltriquera ancha y peso tiene, los más, casi todos de alguna vez acudimos a una habitación de una señora, no docta, pero si presta a la poca o mucha escritura de su saber, llamada Valentina. Que ya ve usted, porpluma y señalar las letras un llavín tiene para ello. Pero de las pocas letras que sabemos agradecidos le estamos a ella. Con unos pocos maravedíes a los chicos se presta a inducir a reconocer la lectura.
- Mujer de alabanza es esa de la que me dices-, comprendió Cervantes Saavedra. Y a lo de la cena sobre la escritura no halles problema, que de partir para Andalucía el lunes a la madrugada previsto tenemos. Aceptada queda la invitación a esa mesa de reunión y cena con los que me dices que se sentaran a ella. Que curiosidad tengo por el interés en las letras que decís que lleváis en estos tiempos tan analfabetos por culpa de la justicia del reino que a mi parecer no interesada está en que el pueblo sepa y de que tenga conocimiento.
-Cazuela me denominan en este pueblo señor, por si llamarme para algún favor ha de ser preciso a su persona. Aquí me quedo contento, esperando de prisa esa noche de la cena y con vos entre nosotros, que mas valer será escuchar su parlamento. Con Diosvayan, usted y compaña. Con que no saquen dineros para pagar estas viandas, que mirando de reojo a mi abuela parecerme que su voluntad es la mima que la mía.
Por Domingo Camuñas
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