miércoles, 18 de diciembre de 2013

Visita a la iglesia (El appeliano VI)

Ante lo que era su mayor crisis de fe en el dios Appol hasta la fecha, no sabía qué hacer. Sufría una ansiedad tan terrible que cada poco tiempo le sacudía un doloroso espasmo que le recorría la espalda. Había vomitado varias veces y hasta se había cagado encima por la intensidad del dolor. Puso la ropa en recalo y se metió en la ducha. Tenía que hacer algo y pronto. Un espíritu maligno se había apoderado de su sagrado Mac Pro, que apenas tenía consigo un mes. Al contemplar la perspectiva sufrió otro espasmo que le provocó náuseas. Se tiró un pedo para aflojar la tensión. En el mismo momento en que los gases salían por el esfínter, tuvo una revelación. «¡Debo ir a la iglesia de Appol!». Sintiéndose mucho mejor, terminó de ducharse, hizo gárgaras y se vistió con sus mejores galas para recibir al dios Appol.

La iglesia era un edificio amplio con grandes escaparates que mostraban los productos de Appol. Encima de uno de ellos, con letras grandes, un rótulo rezaba «Apple Store». Al llegar a la puerta, cargado con su Mac Pro, coincidió con un hombre con gafas y el pelo rizado. El hombre amablemente le abrió la puerta y le franqueó la entrada. Eso le dio la oportunidad de observarlo mejor. Su cara le resultaba muy familiar. La solución le llegó como un relámpago: «¡Es Emiliano Carmona!». Un poco avergonzado le dio las gracias y se identificó como oyente reverencial del podcast de éste: Appelcar.

Emiliano torció el gesto y resopló un poco. Estaba harto de que le reconocieran y le interrumpieran por la calle en cualquier sitio. En realidad casi siempre le reconocían cuando visitaba la iglesia. Intentó hacer acopio de paciencia y explicó que acababa de salir del trabajo y que venía únicamente para recoger el iPhone 5S dorado de 16 gigas que había reservado por la mañana, el cual no había podido llevarse porque, en ese momento, había mucha cola.

Se felicitó secretamente por su suerte al conocer al gran podcaster en persona. Recorrió el pasillo central junto con Emiliano. Este fue atendido enseguida y al poco rato vio como se marchaba muy contento con su iPhone nuevo. Iba tan abstraído que ni siquiera se despidió de él. Volvió la mirada con tristeza a su Mac, que reposaba en la silla contigua, y quedó a la espera de que uno de los sacerdotes de Appol, los llamados genius, le recibiera. Sentado en un rincón tuvo que aguardar bastante rato, así que aprovechó para orar y ponerse en paz con su dios.

Una hora después le despertó un sacerdote. Aturdido miró alrededor y, al ver el Mac Pro, recordó donde estaba y para qué había venido. El sacerdote pronunció el saludo de los appelianos: «Yes we can». Él, por su parte, completó torpemente la jaculatoria con un «Appol is different». El genius sonrió. Llevándolo al mostrador, junto con el Mac Pro, le oyó en confesión.

El joven sacerdote palideció al escuchar la palabra virus. Rápidamente hizo la señal de la manzana mordida sobre su pecho y se besó el pulgar. Inmediatamente después, una amplia sonrisa iluminó su cara. Tan rápido fue el cambio que parecía que nunca se hubiera persignado en el nombre de Appol y que nunca se le había mudado el color del rostro. Manteniendo la sonrisa pronunció el mantra purificador de Appol: «No se preocupe. Se lo cambiamos por uno nuevo. Espere, por favor». El appeliano no quitó ojo del sacerdote. Este último tomó el Mac Pro del mostrador y se lo llevó por la puerta del fondo. A los dos minutos volvió con un Mac Pro idéntico. Lo bendijo con las palabras del profeta Steve Jobs: «In Appol we can [hope]. Appol is different». El appeliano se arrodilló y recogió en oración por unos segundos durante los cuales dio gracias a Appol por sus frutos. Antes de ponerse en pie, el sacerdote, le puso delante una estampa del profeta que no dudó en besar con ternura. Quizá con demasiada, a juzgar por la mirada del genius. Ya en pie, el sacerdote le dijo que podía quedarse con la estampa. Con una mirada de agradecimiento infinito la tomó y se la guardó en un bolsillo. Después cargó su Mac Pro nuevo y abandonó la iglesia.

Al dirigirse al metro percibió un ruido en la parte de atrás de la iglesia de Appol. Era un ruido como de golpes con un instrumento metálico. La curiosidad ganó la partida y rodeó el edificio. Detrás había un patio de donde provenían los golpes. No podía ver nada pues el murete era demasiado alto. No lejos de allí vio un contenedor de basura. Depositó el Mac Pro en el suelo a un lado y acercó el contenedor a la parecilla. Maniobró trabajosamente hasta que consiguió encaramarse sobre el contendor. Por fin asomó la cabeza sobre el muro y dirigió la mirada al origen del ruido. Casi se cae de la impresión al darse cuenta de lo que allí ocurría. Un operario estaba destrozando un iMac con un martillo de albañil muy pesado. Trabajaba con tanto denuedo, que no cesaba hasta haber reducido su presa a un montón de fragmentos irreconocibles. A sus pies había un montón de restos de otros ordenadores y dispositivos que habían corrido la misma suerte. Un poco más allá había otros ordenadores esperando la sentencia. Esforzándose por ver entre la ya casi completa penumbra, distinguió su Mac Pro. ¡El que acababa de cambiar en la iglesia! Al principio se escandalizó, pero poco a poco comprendió lo que pasaba. Eran productos profanados con software herético. Debían ser destruidos para evitar la propagación del mal. Después de todo, habían sido mancillados y ya no podrían volver a la pureza original que exigía Appol. Se persignó concienzudamente haciendo el signo de la manzana mordida en su pecho; incluida la hoja, que ya casi nadie se molestaba en hacer.


Bajó del contenedor como pudo y volvió sobre sus pasos al lugar donde había dejado su nuevo Mac Pro. Lo buscó a tientas por el suelo. Recorrió la base del muro en ambas direcciones. Ya desesperado, se le ocurrió usar la linterna de su iPhone. El Mac no estaba por ninguna parte. 

***

Dos días después, ya recuperado de la impresión que le causó el robo cobarde de su flamante Mac Pro, pudo reunir todas las piezas del puzzle. Las pisadas del ladrón sin duda habían quedado amortiguadas por aquellos tremendos martillazos. Ya no le importaba. Había decidido comprar otro en cuanto reuniera el dinero. Tendría que esperar quizá 9 meses o un año, pero al final lo conseguiría. El día que consiga el Mac pro me haré una foto delante de la iglesia con él para que quede constancia de mi capacidad de recuperación. Algo en su cerebro le llamó la atención sobre lo que acababa de decir. Repasó las palabras una a una. Cuando llegó a foto casi le da un infarto. Había olvidado hacer una copia de seguridad de sus archivos de iPhoto... La pérdida de todas las fotos que había hecho los últimos 10 años y que había borrado de todas partes excepto de aquel Mac Pro, que consideraba la opción más segura, fue demasiado para él. Se desmayó cayendo ruidosamente al suelo, con tan mala suerte que fue a dar con los piños a un escalón. Poco después, reflexionando sobre los hechos desafortunados que había experimentado, rebuscó en el bolsillo la estampa del profeta y aferrándose a ella se atrevió a formularse la siguiente pregunta:

 "¿Me habrá mirado un androide?"

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