Pensó
en el fiasco del cementerio, en total había disparado una decena de
cartuchos con la Five-seveN, y ¿que habia conseguido?, alcanzar
al tal Emiliano, y romperle uno de sus importantes chismes, verle las
bragas a la tía esa de la minifalda blanca y el top negro, que por
cierto no estaba mal y que el cadáver de aquella chica que
atropello, acabara espatarrado contra un cedro.
Se
estaba divirtiendo, hasta que ese Harry el Sucio de pacotilla
desenfundo su revolver, por el sonido podría asegurar que del
calibre .357 magnun, un nostálgico sin duda, eso si ese hijo de
puta sabia lo que hacía al principio disparo un par de salvas hacia
su dirección, asegurándose de no matar a ningún transeúnte, luego
cuando lo localizo, cerca estuvo de mandarlo al otro barrio, todavía
creyó oír el silbido de los proyectiles al cortar el aire y el
estruendo de los mismos al impactar contra el mármol de las tumbas.
Le
jodía admitirlo, pero hubo un momento en que se asusto, si ese
cabrón lo hubiera encarado mejor ahora estaría camino de la
“cañamona”.
Miro
el ordenador apagado que tenia encima de la mesa de su estudio, sin
duda el hombre sin nombre, andaría mosqueado, se lo imagino fumando
su pipa de hueso, mientras pensaba fríamente en lo sucedido, que le
den por culo.
Mañana,
encendería el ordenador e intentaría en vano contactar con él,
aunque sabía de antemano que sería el hombre sin nombre el que
iniciaría el contacto.
Se
ducho y se fue a la cama.
Por
entones aún faltaba mucho para el amanecer, así que pensó en
dormir.
Calculó
el agua que debía beber para despertarse a tiempo, un truco que
había aprendido de los indios en las novelas de a duro que le
gustaba leer en su adolescencia.
Bebió
de forma disciplinada y, después de estirar los músculos de la
espalda, se tendió.
Alargando
un brazo cogió uno de los dos libros que había sobre la mesilla:
«La condena» de Franz Kafka. Era lo que él entendía por lectura
ligera para pillar el sueño.
No
tardó mucho más de media hora en cerrar los ojos. Se durmió
pensando en que le hubiera gustado estar con una puta. Lástima no
haber tenido el dinero. Siempre estaba falto de dinero, motivo por el
cual no le quedaba otra que seguir en el negocio.
Y no
es que le pagaran mal, pero se gastaba casi todo el dinero en
mujeres. Había una en concreto que le volvía loco. Era una señorita
de compañía de las caras. Vivía en un ático muy apañado, con
todas las comodidades. La pega es que cobraba mucho... y claro, el
hombre es el único animal que da dos veces en la misma piedra. La
chica era guapa y además sabía defenderse. Llevaba siempre encima
una pistola del calibre 22: una Beretta. Esa cualidad era lo que le
gustaba de ella. A menudo el arma formaban parte de sus fantasías y
de sus juegos.
Sentencia
pensaba en las curvas voluptuosas de la chica.
No
podía evitar pensar en esas cosas en los entierros.
Pero
era un profesional, así que modificó sus pensamientos, no sin
cierta reticencia.
En
ese momento se acordó de la pipa en hueso tallado del hombre sin
nombre y sintió una arcada seca, ¡Joder! Ya se le habian pasado las
ganas de desayunar.
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