domingo, 1 de diciembre de 2013

Sentencia (Hombre sin nombre XiV)

Pensó en el fiasco del cementerio, en total había disparado una decena de cartuchos con  la Five-seveN, y ¿que habia conseguido?, alcanzar al tal Emiliano, y romperle uno de sus importantes chismes, verle las bragas a la tía esa de la minifalda blanca y el top negro, que por cierto no estaba mal y que el cadáver de aquella chica que atropello, acabara espatarrado contra un cedro.

Se estaba divirtiendo, hasta que ese Harry el Sucio de pacotilla desenfundo su revolver, por el sonido podría asegurar que del calibre .357 magnun, un nostálgico sin duda, eso si ese hijo de puta sabia lo que hacía al principio disparo un par de salvas hacia su dirección, asegurándose de no matar a ningún transeúnte, luego cuando lo localizo, cerca estuvo de mandarlo al otro barrio, todavía creyó oír el silbido de los proyectiles al cortar el aire y el estruendo de los mismos al impactar contra el mármol de las tumbas.

Le jodía admitirlo, pero hubo un momento en que se asusto, si ese cabrón lo hubiera encarado mejor ahora estaría camino de la “cañamona”.

Miro el ordenador apagado que tenia encima de la mesa de su estudio, sin duda el hombre sin nombre, andaría mosqueado, se lo imagino fumando su pipa de hueso, mientras pensaba fríamente en lo sucedido, que le den por culo.

Mañana, encendería el ordenador e intentaría en vano contactar con él, aunque sabía de antemano que sería el hombre sin nombre el que iniciaría el contacto.

Se ducho y se fue a la cama.

Por entones aún faltaba mucho para el amanecer, así que pensó en dormir.
Calculó el agua que debía beber para despertarse a tiempo, un truco que había aprendido de los indios en las novelas de a duro que le gustaba leer en su adolescencia.
Bebió de forma disciplinada y, después de estirar los músculos de la espalda, se tendió.
Alargando un brazo cogió uno de los dos libros que había sobre la mesilla: «La condena» de Franz Kafka. Era lo que él entendía por lectura ligera para pillar el sueño.
No tardó mucho más de media hora en cerrar los ojos. Se durmió pensando en que le hubiera gustado estar con una puta. Lástima no haber tenido el dinero. Siempre estaba falto de dinero, motivo por el cual no le quedaba otra que seguir en el negocio.
Y no es que le pagaran mal, pero se gastaba casi todo el dinero en mujeres. Había una en concreto que le volvía loco. Era una señorita de compañía de las caras. Vivía en un ático muy apañado, con todas las comodidades. La pega es que cobraba mucho... y claro, el hombre es el único animal que da dos veces en la misma piedra. La chica era guapa y además sabía defenderse. Llevaba siempre encima una pistola del calibre 22: una Beretta. Esa cualidad era lo que le gustaba de ella. A menudo el arma formaban parte de sus fantasías y de sus juegos.

Sentencia pensaba en las curvas voluptuosas de la chica.
No podía evitar pensar en esas cosas en los entierros.
Pero era un profesional, así que modificó sus pensamientos, no sin cierta reticencia.

En ese momento se acordó de la pipa en hueso tallado del hombre sin nombre y sintió una arcada seca, ¡Joder! Ya se le habian pasado las ganas de desayunar.

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